El rey

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Nos besamos hasta llegar a casa y allí el señor Choi me ordenó que nos desnudara a ambos.

Iba a tirar la estúpida corona a un lado, pero él la cogióy la dejó en la mesilla de noche. Nos seguimos besando hasta que él mepuso de cuatro patas para comerme el culo con detenimiento y muchalengua.

 Cuando oí su gruñido de desesperación entre mis gemidosahogados, se tumbó sobre mí, rodeó mis manos a los lados de la cabeza yentrelazó nuestros dedos mientras me metía la polla muy lentamente yjadeaba en mi oído.

Me besó la mejilla y el cuello  y yo meestremecí con placer. Cuando ya estuvo todo dentro, empezó a moversuavemente la cadera a un ritmo constante y arrollador que me dejaba sinrespiración. 

El señor Choi jadeaba y gruñía a mi oído, sepultándome bajosu cuerpo. «Dime que eres mío», «dime que te gusta que solo yo te folle»,«dime que soy tu novio», y antes de correrse, «dime que me quieres, Beom». 

Terminó con un gruñido de garganta fuerte y un último empujón parametérmela lo más dentro posible antes de quedarse quieto y dejar caer lacabeza a un lado de mi cuello. A mí me costaba respirar, sentía que estabacolorado y que estaba borracho: me sentía en el puto paraíso. 

Noté un besohúmedo en la comisura de los labios cuando el señor Choi levantó lacabeza, solo para dejarla en el mismo lugar de antes y dormirse al pocorato. Yo cerré los ojos y, cuando lo volví a abrir ya había amanecido.El señor Choi seguía encima de mí, rodeándome y encerrándome bajosu cuerpo.

Tuve que hacer un poco de fuerza para escapar y luchar contraun Yeonjun adormilado que se negaba a separarse.

 Cuando lo conseguí fuihasta el baño y bebí un par de buenos tragos de agua directamente del grifo.Volví a la habitación y pulsé el botón de la persiana automática, quedescendió con un murmullo apagado, cubriéndonos en una penumbra cáliday silenciosa. Me tumbé de nuevo y el señor Choi me atrapó entre susbrazos, farfullando alguna queja con voz ronca y sin abrir los ojos. 

—Solo fui a beber, tranquilo —murmuré mientras me dejaba arrastrarpor él hacia sus brazos y me sepultaba un poco bajo su cuerpo.Volví a despertarme yo primero, miré la hora en el despertador y vi queya era casi la hora de comer. Solté un bufido y empecé a acariciar el pechode Yeonjun para despertarle. Él entreabrió un poco los ojos y me miró. —¿Quieres bajar a comer? —le pregunté. 

Se limitó a poner morritos. Yo le besé con una sonrisa y repetí lapregunta, al fin asintió. Bajé primero mientras él se duchaba y preparé todo.El señor Choi apareció en la cocina con un bóxer negro que era mío y unacamiseta corta ajustada. 

En momentos como aquel era cuando me sentía elhombre más afortunado del mundo por poder ver a aquel ser divino todaslas veces que quisiera. Sonreí con satisfacción y él me miró con suexpresión seria de siempre antes de sentarse frente a mí en la mesa. 

—¿Qué? —me preguntó. 

—Que te quiero mucho, Yeonjun —le dije.

Preferí no dejar un silencio ala espera de que dijera algo que yo sabía que no iba a decir, así que añadí—:¿Tenías sueño? 

—Ayer no dormí bien —murmuró por lo bajo, cogiendo su tenedor ymirando el plato de arroz, tortilla francesa y verdura como si fuera undesafío. 

 —Entonces ¿prefieres que nos quedemos en casa hoy? —preguntémasticar y tragar. Estaba rico, pero yo no tenía hambre y sentía el estómagoalgo revuelto. 

—Sí —respondió.Asentí y me centré en comer y en ojear el periódico de los domingos.

Cuando terminamos Yeonjun se bebió un botellín de agua a mayores que el dela comida y se llevó otro de vuelta a la habitación. Yo me puse a leer con lasuave luz de la lamparilla mientras él dormitaba a mi lado, me abrazaba yrespiraba lenta y suavemente en mi cuello. 

El jefe (Yeongyu) Where stories live. Discover now