Capitulo 25

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Durante el camino de vuelta a casa, Lali fue agarrada con fuerza al asiento, lo cual no hizo que yo levantara el pie del acelerador. O convertía al coche en el blanco de mi ira o a Lali, y pegarle gritos y chillarle a mi mujer no nos habría ayudado en nada a ninguno de los dos.

Me sorprende que, dada la brutalidad con que cierro, la puer ta del Aston no se caiga en el camino de grava profiriendo un grito de dolor. Ava se baja mucho más deprisa de lo que yo esperaba que fuera capaz y va hacia la entrada cojeando.
Corro para darle alcance, mi instinto protector imponiéndose y amansando mi ira.

—Sé andar. —Me aparta las manos cuando intento cogerla en brazos—. Déjame.

No la dejaré nunca. Dejarla sería como rendirse, y en lo que respecta a mi mujer, nunca me rindo. Con el mayor cuidado posible, me agacho y me la echo al hombro.

—De eso nada, señorita.

El hecho de que me golpee con los puños en la espalda es más una señal de que trata de oponer resistencia que un intento de escapar. Los dos sabemos que no va a ir a ninguna parte hasta que la suelte.

—¡Te he dicho que me dejes en paz! —grita medio enfadada medio histérica, y así es exactamente como me siento yo por dentro.

Encajo cada golpe y sigo hacia la puerta.

—¡Peter!

—Cierra el puto pico, Lali —aviso, y abro de una patada la puerta después de introducir la llave.

—¡Eres un animal!

—Es la historia de mi puta vida en lo que a ti respecta.

La poso en el suelo, y los puños que hace un segundo golpeaban inútilmente mi espalda comienzan a aporrearme el pecho. Me quedo donde estoy, sin moverme, dejando que se desahogue y me pegue mientras da rienda suelta a su frustración a grito pelado.

Ojalá yo tuviera esa misma válvula de escape, algo a lo que pegar, aporrear y chillar. Pero no la tengo, así que saboreo los brutales porrazos que me da en el torso con la esperanza de que sirvan también para aliviar mi frustración.

Golpea sin piedad, su fuerza alimentada por la desesperación.

Y yo encantado. Sería su saco de boxeo durante el resto de mi miserable vida si ello le hiciera sentir mejor, aunque fuese mínimamente. Porque, de un tiempo a esta parte, si yo estoy hecho pedazos tratando de encontrar el camino en este territorio desconocido, doloroso, el amor de mi vida cada vez está más desesperado.

Si yo tengo nuestros recuerdos, unos recuerdos a los que agarrarme, ella no. Si yo puedo ver la cara de nuestros hijos durante esta pesadilla, recordar cada momento de su corta vida, ella no.

Si yo abrigo esperanza y soy capaz de ver esos atisbos de mejoría en su memoria, ella no.
Mis pensamientos se apoderan de mí, la ira abrasándome por dentro mientras ella continúa gritando y pegándome.

—Sigue —la animo, y se sobresalta y se aparta—. Dame putos golpes, Mariana. El dolor no será peor que el que siento aquí. —Me doy un puñetazo en el pecho—. ¡Así que pégame, vamos!

Cierro los ojos cuando se abalanza de nuevo hacia mí. Y mientras está descargando su rabia, pienso en cuán fuerte es nuestro amor. No tanto como siempre pensé que era, porque, si no, estoy seguro de que podría con todo, incluido esto.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que Lali ha dejado de pegarme,

y cuando abro los ojos la veo agitada, el pelo revuelto, los ojos de loca. Nos miramos unos instantes, yo con cara inexpresiva, Ava a todas luces sorprendida de su arrebato. O sorprendida de que yo me haya quedado allí plantado aguantándolo. Pero ¿qué otra puta cosa podía hacer? ¿Responder? ¿Devolverle los golpes? El hecho de que piense en eso como una posibilidad me pone malo. Hace que me den ganas de infligirme daño para demostrar que haría cualquier cosa antes de permitir que algo le causara dolor a ella.

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