PERFECTA DESTRUCCIÓN [Parte 1 y 2]

3. Volviendo a la realidad.

"El aire está impregnado de aromas conocidos, solo debes aprender a distinguirlos"
-----------------------------------------------------------
Jane:

Desperté temprano, más de lo normal. Era mi primer día de trabajo quería dar una buena impresión. Me puse ropa cómoda y mis fieles tenis Converse. Busqué una liga para el cabello, haciéndome una cola alta. Tomé un pequeño bolso y lo ajusté a mi cintura, para guardar mi celular y algo de dinero.

Bajé las escaleras para desayunar. Supe que mi madre estaba en la cocina cuando sentí el olor a algo quemado. Los waffles se habían vuelto negros de repente.

—Mamá —sonreí —. Ya lo hago yo —le quité la waflera de la mano.

—No puedo por más que trato —se dejó caer en el mueble de la sala de estar.

Ella nunca supo cocinar, pero mi padre me había enseñado desde niña. Sonaba extraño porque siempre era al revés. Los padres no sabían cocinar y hacían tremendo desastre, pero en mi vida todo era lo contrario y nunca me quejé. Amaba pasar tiempo con ellos. Me apresuré a hacer el desayuno mientras limpiaba el desastre que había hecho mi madre.

—¡Buenas! —dijo Irina —. La puerta estaba entreabierta —mencionó.

—Bueno, yo debo irme, —explicó mi madre. —Tengo mucho trabajo.

—Yo también me voy ya —me despedí.

Media hora después...

Después de media hora habíamos llegado al local. Era lo suficientemente gigante, se veía que necesitaban personal.

—No estés nerviosa, el jefe es buena onda —le di una sonrisa nerviosa.

Pasamos por un largo salón con mesas gigantes, rosas rojas y candelabros alumbrando cada esquina. Todo era tan bello, pero a la vez antiguo.

Irina procedió a tocar la puerta de lo que era su oficina.

—Adelante —ordenó una voz fría.

—Mierda —pronunció ella con mala cara.

Estaba molesto, muy molesto.

—Buenas, señor —añadió con respeto hacia el —. Ella era la amiga de la cual le hable a su...

—Ya lo sé —claramente ese señor no era nada agradable —. Bueno, ¿Qué estudias?

Era un hombre de aproximadamente unos cincuenta años o más. En su cabello se notaba su ligera vejez, pues era algo plateado con pocos mechones de lo que parecía negro.

—Yo... —trague en seco —estaba en la universidad estudiando Filología, pero tuve que mudarme aquí.

—¿Filología? —dijo con desagrado —.¡Qué estupidez!

Joder, es un maldito. Los libros son el mejor amigo del ser humano, idiota.

—Pero estamos falta de personal, así que estás contratada, —habló —. Una semana de prueba —continuo con su voz fría y desagradable —. El mismo horario que Irina, que te explique.

Me di la vuelta para irme —¡Ey! —su voz resonó —. No quiero problemas, nueva.

¡Es un imbécil!

Salí lo antes posible de allí, para no decirle sus verdades en la cara.

—Buena onda, ¡eh! —me dirigí a Irina.

—Él nunca viene —aseguró —. Casi siempre es su hijo el que está presente.

—Pues que mala suerte tengo —proteste.