Una historia de amor fantasiosa

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Una pequeña casa en otro estado. Vivimos con dos conejos, un periquito y un perro.

Val estudia su carrera soñada mientras yo hago un curso de psicología y trabajo. Una buena vida.

Salimos a pasear al perro, jugamos con los conejos y escuchamos música de Maneskin con el perico. Queremos que sea bilingüe.

Val se pasa días en el mar, en el bote estudiando esa rara carrera que tanto le gusta. Yo, por otro lado, me quedo cuidando a los animales mientras estudio y trabajo. Soy el ama de casa. Que ironía, tanto que odio serlo pero de cierta forma me gusta.

Los días que estamos juntos se hacen muy cortos, a veces me enoja eso. Enserio que lo hace. Val solo está conmigo dos o tres días a la semana, el resto se la pasa en el mar. Esos días juntos somos felices.

Nos fumamos unos cigarrillos viendo el alba y nos besamos. Besos con sabor a nicotina. Me encantan. Damos paseos por la rocosa orilla del mar acompañados de Zeus, nuestro perro. Largos y animados paseos, diurnos y nocturnos. Vamos a comprar a las pocas tiendas, tenemos citas, nos besamos, tenemos citas y más paseos. Siempre era lo mismo pero distinto. ¿Entienden? Es que no sé cómo explicarlo. Siempre eran los mismos recorridos y las mismas tiendas y los mismos cigarrillos y la misma gente, pero siempre era diferente de algún modo que no se expresar. En fin, somos felices.

Disfrutamos nuestros días juntos. Vivíamos ese "momento ideal" del que siempre hablamos cuando nos costaba vernos. Cuando todo era complicado. Siempre hay que darle tiempo al tiempo, él tiene las respuestas a todo.

Ella se graduó de su carrera con honores y yo terminé dos cursos de psicología y uno de literatura. Nos mudamos a un lugar frío y blanco. Desgraciadamente, vimos morir a Zeus. Ambos lloramos por él. Al periquito lo dejamos libre y a los conejos los tuvimos que dejar con una loca amiga de Vale. Se iban a morir los pobres.

Pasábamos nuestros días juntos, abrazados alejando el frío que ninguno de los dos aguantaba. Reímos, vemos películas, salimos, bebemos, bailamos, fumamos y vivíamos el momento. Ambos trabajamos y somos envidiablemente felices.

Adoptamos a una lobo siberiano, la llamamos Afrodita. Un pequeña, linda y intranquila canina. Siempre jugamos con ella. Afrodita duerme con nosotros encima de las sábanas, y también nos despierta en las mañanas saltando sobre ambos.

—Buenos días, Amor— me decía Vale aún con los ojos entrecerrados.

Yo le respondía con un suave y delicado beso de buenos días. Me terminaba de despertar, me lavaba la cara con una gélida agua y preparaba el desayuno, para cuando estaba listo llegaba Val a comer, y junto a ella, venía Afrodita.

A veces peleamos pero lo arreglamos hablando o besándonos. Sea como sea igual nos arreglabamos. La mejor parte del día era cuando nos sentamos en frente la casa, abrazados fumando cigarrillos. Repetíamos todo. Pero vivíamos plenamente, sabiendo que igualmente nos íbamos a morir.

Yo escribí mi libro y lo publiqué de manera  independiente. Primero digital y luego en físico. La noche en que lo publiqué Vale estaba junto a mi.

—Ahora, amorcito. Esperemos, serás famoso. Ya verás— Me daba ánimos.

—Esperemos.

Esa noche Afrodita no durmió con nosotros.

La gélidas ráfagas de viento chocaban contra nuestros rostros mientras veíamos  el paisaje blanco por la nieve, a las personas con abrigos, a los perros ladrando, los gatos en los cubos de basura, los borrachos caminando de lado sosteniendo sus botellas de whisky, las jóvenes parejas caminando tomados de las manos. Los veíamos y les hacíamos mofa. Éramos malditamente felices, juntos.

Pero, todo lo bueno tiene un final, ¿No? Mi final llegó en forma de una fría cerveza siendo derramada en mi rostro. Fué Joseph.

—So cabrón. Mira el sol— Dijo.

Estaba acostado en la terraza de Joseph junto a muchas colillas de cigarrillos y botellas vacías y porros y aún gato que tenía recostado en el estómago.

—Mierda. Dame un cigarrillo— Le dije.

Me la pasó, lo encendí y el hizo lo mismo con otro.

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Volvimos a fumar en la terraza...

Malditos sueños.

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