11. Evidencia

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Narrador omnisciente

El detective Walsh se encontraba en su oficina, la cual estaba llena de papeles y algunas que otras tazas de café. Algo le impedía concentrarse en su trabajo, le daba muchas vueltas al pequeño interrogatorio que tuvo el día anterior con esa chica llamada Luara.

Por alguna extraña razón no podía confiar del todo en ella. Sentía que estaba ocultando algo importante sobre la muerte de su hermana. Pero por más que lo intentara supuso que no podía llegar a descubrirlo nunca, y eso lo frustraba demasiado.

Cogió sus llaves y su chaqueta para ir por algo de comer, pensó que salir de esas cuatro paredes lo ayudaría a distraerse, pero poco después llegó un oficial a irrumpir sus planes.

—Detective, han dejado esto para usted —le tendió un sombre amarillo.

—¿Para mí? —preguntó el hombre un tanto extrañado mirando el sobre.

—Si, aquí trae su nombre.

—¿Sabes quién lo dejó? —tomó el sobre con cautela.

—No, parece que sólo lo dejaron en recepción. Nadie vió quien fue.

Eso fue aún más extraño para el detective.

—Está bien, gracias.

El oficial se marchó y él volvió a sentarse. En el pequeño sobre amarillo se leía claramente "para el detective Walsh". Sintió un poco de nervios por lo que pudiera haber dentro, pues al tocarlo se sintió que estaba vacío.

Sin querer perder más el tiempo, lo abrió y vació el contenido en su escritorio. Era una USB de color negro lo que le habían mandado.

Se sentía ansioso por saber que clase de contenido estaría dentro de aquel objeto. Encendió su laptop y colocó la USB en la entrada que correspondía, al poco tiempo encontró el archivo y sin pensarlo dos veces lo abrió. Era un vídeo, un vídeo que duraba más de dos horas.

Aquello no le dió buena espina, pensó que tal vez podía tratarse de un virus o alguna broma con mala intención. Aún así se arriesgó, pues la curiosidad por saber le ganaba más que el raciocinio.

Así que lo hizo. Comenzó a reproducir el vídeo y se quedó pasmado ante los primeros segundos de aquella grabación.

En aquel vídeo aparecía Luara, la adolescente que interrogó ayer. La cámara parecía estar colocada en el centro del techo, desde un ángulo que enfocaba perfectamente toda el área de la cocina. Aquello sólo inquietó más al detective. ¿Qué era todo eso y quién lo había mandado?

La chica estaba terminando de poner unas galletas en un plato, segundos después entraba su hermana Aeris a la cocina. Luara le tendía el plato con las galletas, pero Aeris las rechazaba. Comenzaron a discutir un momento después, Aeris le gritaba a la menor que la odiaba porque era culpa suya de que sus padres no la quisieran. Luara estaba llorando y al final Aeris acabó gritándole que era adoptada y que debió morir una noche que la drogaron en una discoteca.

Después de eso, Aeris salió de la cocina. Luara no podía parar de llorar. Hasta que más tarde se escuchó brevemente que un teléfono vibró; Luara caminó hacia el fregadero, se echó agua en la cara y luego cogió su teléfono, seguidamente le llamó a alguien de nombre Nash.

En ese momento el detective cayó en cuenta que Nash era el chico que había estado pegado a Luara todo el tiempo el día de ayer en la estación de policía.

No se escuchaba lo que decía a través del teléfono, ni tampoco se entendía con claridad de que estaban hablando, pero Luara insistía en que no era culpa de él y que no sabía lo que iba a pasar. Después de colgar, la chica se quedó unos momentos más en la cocina.

Enigma © Where stories live. Discover now