¿Te hartaste de mi comida?

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La arquitectura ecléctica cubana estaba salpicada de amarillos, metal oxidado y pintura desgajándose.
A Will le resultó imposible ignorar un comercio de un cian medianamente oscuro que resaltaba entre las otras construcciones llenas de grafitis.
El sol abrasaba, y la oportunidad de comer algo no preparado por Lecter, lo invitaba a entrar.

—Quiero un helado —ordenó, separando sus manos entrelazadas para bloquear el andar de Hannibal ayudándose de su cuerpo.

—Compremos lo necesario.

—No —Los ojos abiertos, caídos, y la mirada suave y tierna, se desvanecieron, dándole lugar a una expresión casi amenazante—, probaremos esos —aclaró, señalando el establecimiento.

—¿Te hartaste de mi comida? —Hannibal lo observó detenidamente, esperando encontrar indicios de que todo fuera una broma. La indignación en su rostro era evidente.

—No seas dramático —Lo tomó de la nuca y, con el otro brazo, lo jaló de la camisa, con el propósito de atraerlo hacia él—. Adoro lo que cocinas, tanto o más que a ti, pero es momento de degustar la gastronomía local.

»Esto es un tipo de luna de miel, actuemos como tal.

Sabía que acortar la distancia entre ellos, acariciarlo, y admirar sus facciones eran unas de sus mejores armas de persuasión; sellar sus tácticas a través de un beso, dejaba a Lecter indefenso. Él asintió apenas se separaron, y Will lo arrastró dentro de la heladería.

El azul del exterior se extendía en todas partes, solo algunos detalles que imitaban el color de las edificaciones aledañas interrumpían dicha armonía.
Los habitantes de la isla eran bastante afectuosos, si los comparaban con los estadounidenses; el vendedor no fue la excepción.

Varios sabores se presentaban en español, inglés y francés mediante un cartelito de acrílico.
El dependiente los ilustró acerca de los escasos ingredientes que desconocían, incluso les ofreció catarlos.
El de “zapote” fue insólito. Según explicó, se trataba de una fruta. Su pulpa podía ser áurea, blanca, negra o rojiza; dulce, cremoso y aterciopelado.
Al final, Will eligió choco-nuez y Hannibal pidió uno de vino tinto. Llevaron un bote de stracciatella, sumamente famoso en Italia, que compartirían en casa.

Ocuparon la mesa cercana a la puerta, pues a Lecter le encantaba que lo vieran acompañado de su muchacho y agradecía que su timidez de saberse pareja de otro hombre ya no existía.
El encargado desapareció en una habitación detrás del mostrador.

Antes de que el postre se perdiera en el cono de galleta que lo contenía, Will intentó embarrar un poco en la nariz de Hannibal, no obstante, él logró retroceder.

—De acuerdo, no tocaré tu hermoso rostro, aunque sí puedo ensuciarte los labios y luego limpiarlos —propuso, relamiéndose y mordiendo el suyo inferior.

Ese toque coqueto y seductor, enloqueció y convenció, una vez más, a Hannibal.

Ambas bocas se unieron, en medio de sonrisas y “te amo” susurrados.

Si la vida sería así, la inmortalidad no sonaría mal.

Hannigram |One shots - Relatos cortos|Where stories live. Discover now