EL TRISTE DEBER SER

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- ¿Tienes clases hoy? –habla una mujer desnuda, en medio de sabanas grises y con el sol despuntando a través de la ventana. En verdad, un día maravilloso.

- No. Tengo otras cosas que hacer. Lo siento, no podré ir a dejarte.

- No te preocupes, puedo coger taxi.

Esteban procede a vestirse con el ceño fruncido. Ella lo observa extrañada.

- ¿Te pasa algo?

- No, no. Sólo... estoy cansado. Anoche fue salvaje, mi amor -ella sonríe pícaramente y con ayuda de sus piernas baja toda la cobija revelando su tersa piel bañada por el dorado del sol. Una imagen simplemente hermosa.

- Lo siento, mi amor, estoy atrasado.

- ¿A dónde vas?

- Tengo una entrevista de trabajo.

- ¿Vas a renunciar?

- No, eh, digo, hay que tener opciones, ¿no crees?

- ¿Vendrás esta noche?

- Yo te llamo. Chau.

- Adiós -en efecto, Esteban no parece tener los deseos de volver a su regazo.

Los demonios tienen su cabida en la oscuridad, en la clandestinidad de un intransitado callejón y en las sombras que ocultan y confunden. Una llama se prende. La hierba vuelve a ser quemada. El color de sus llamas, el color del fuego se funde y se confunde con el color de su cabello, el color de su espíritu.

- Ahí está. Ahí está -se dice Esteban a sí mismo como para hacerse caer en cuenta de que todo aquello es real. No confusión de un demonio controlándole. Es Dios operando la realidad a su favor. Ella avanza hacia él.

- ¡Esteban!

- Elena. Te ves hermosa.

- Es el vestido. Hoy tengo un almuerzo en la universidad.

- Pues entonces hay que buscar un lugar que se adapte a tu vestimenta, ¿no te parece?

- No tiene que ser algo demasiado refinado, jaja.

- Pues sé de un lugar perfecto para quienes gustan de las carnes y los sabores fuertes.

- Cualquier restaurante estaría bien, Esteban.

- Conozco un lugar con una Tabla Parrillera que te mueres. Son nuevos, pero tienen unas salsas y unos vinos.

- Jajaja, mis debilidades.

- Lo sé -aquellas dos silabas, en un tono medianamente serio, en contraposición al histrionismo anterior, implanta en la charla una situación realmente particular. Sólo ese simple "lo sé" supone tal intimidad que ambos sienten en sus mismísimas células el recuerdo de un pasado irresuelto, un "fin" con una incógnita después. El silencio reina algunos minutos, mientras caminan hacia el restaurante, y el mísero Esteban intenta de algún modo encontrar una excusa para hablar, y Elena una excusa para marcharse. La situación la compromete a realidades con las que no sabe si desea volver a relacionarse. Pero si bien ambas excusas se mantienen en el aire durante algunos minutos, ninguno se mueve de su posición. Ninguno hace nada por contrariar el destino que ambos comienzan a construir. Nadie da un paso atrás. En cambio, siguen, a paso confuso, irregular, pero con el destino ya trazado. El libre albedrio está siendo expresado. De ello, no quepa duda alguna.

- Parece que va a llover -dijo ella, pretendiendo no sentirse incomoda.

- No... no, creo. Luego más de día ya sale el sol, pero pasa también que es muy temprano -ah, Esteban, representando en sus palabras sobre las cosas, cosas que realmente las tiene bien dentro en el alma. ¿No es el lenguaje, aparte de un espejo de las cosas, también un espejo del alma misma?

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⏰ Last updated: Mar 26 ⏰

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