5. [La edad dorada]

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La suave respiración se confundía entre el viento arrasador de una madrugada amarga. Gambino, entró arrastrando sus pesadas botas, observó con desprecio al inofensivo Guts, quien aún podía descansar con placidez en la era de la inocencia humana. El hombre, cargado de rencor, detalló con desprecio la expresión serena del infante, quien para él, solo representaba la vileza y la venganza del inframundo. Los párpados pesados y tranquilos del ingenuo niño, se abrieron de repente, su corazón dió un vuelco y contuvo su respiración, indefenso ante el terror de una filosa espada frente a su minúsculo rostro.

—Asqueroso demonio... —Rasgó entre dientes el hombre, arrancando el amargo rencor que yacía en su voz ronca.

Guts se levantó alarmado, con la sudoración corriendo de su frente, escuchando la muerte emanar desde sus pies temblorosos y helados. La luz tenue de una vela reveló la sonrisa horriblemente podrida por la vileza del hombre, recitando el triste preámbulo de su corto deceso.

-Debí dejar que murieras hace once años, ahora, por mi culpa te haz escapado de la muerte... ¡Tenías que morir bajo la orca de tu maldita madre! Tú mataste a esa mujer, solo traes desgracia —Maldijo, lleno de frustración carcomiendo sus palabras - Te volviste un maldito parásito, devorando todo a su paso, burlándose de la muerte, te burlas de mí ahora que estoy lisiado ¿No?

-G-gambino, por favor... -intentó articular las palabras trémulas, acudir a la razón en medio de la penumbra — Esto tan solo enfureció más al hombre, quién con el brazo que le quedaba empuñó la espada.

-¡Debes morir, maldita escoria! ¡Solo traes maldición!-Gritó iracundo, con sus ojos desorbitados en odio, rasgando con su espalda la frágil piel de la frente de Guts.

La sangre inquieta, que aún corría por las venas del pequeño indefenso, cuyo espíritu, lleno de vitalidad se aferraba con frenesí a continuar en el turbio camino de la existencia.

En un movimiento arriesgado, Guts tomó la espada que, para su suerte, yacía entre unas tablas de leña, tembloroso e incentivado por el deseo de sobrevivir, logró bloquear el golpe de Gambino.

-Te irás al infierno, maldito, eres una desgracia para este mundo.

Las palabras llenas de odio, el temor a morir, fueron quienes propiciaron la punzada fatal. No, no fue Guts, Guts no quería matarlo, fue el mismo odio que sentía Gambino quien lo mató.

-Maldito... -Susurró con la espada aún clavada en su pecho, brotando sangre de sus vendas húmedas- Pagarás por esto, para ti solo existe el odio...

Guts verdaderamente no quería asesinarlo, quiso vomitar, romper a llorar. Pero no hubo tiempo, ni siquiera para sentir culpa o tristeza, tan solo pudo tragar en seco y huir cobardemente, como un animal asustado y vulnerable.

Pasaron días caminando entre la violenta nieve que helaba su aliento, que cristalizaba sus lágrimas. Ya hace un tiempo, su mente había abandonado su cuerpo, recordaba sus primeras años de vida. La primera vez que peleó con Gambino, usando una espada enorme que duplicaba su cuerpo, que apenas podría manejar, las burlas de los mercenarios. Recordaba la primera muerte que provocó su espada, las pocas veces que Gambino salvó su vida en medio de una batalla, las imperceptibles sonrisas que le dedicó. Tragó con tristeza al memorar la indiferencia de Gambino ante su ultraje, la traición a su propia inocencia.

Luchó contra bestias que pretendían tomarlo como alimento, si existe un Dios, solo él sabe que ganó la apuesta de la muerte perdiéndolo todo. A cambio ganó una infortunada vida que verdaderamente dolía continuar viviendo.

Su mente sumergida en una perpetua penumbra volvía siempre al mismo lugar, a unas aguas tibias de oscuridad reflejando el claro de luna alzándose en lo alto de un cielo estrellado, radiando su calidez celestial que acaricia su rostro inerte. Los vestigios de una dimensión etérea en dónde existe la libertad.

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