Capítulo 9: Expectativas vs. Realidad.

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Tenía que empezar a acostumbrarme a estos viajes, aterrizar con elegancia sería mi siguiente objetivo para el próximo viaje, porque a la vuelta de este perdí el equilibrio al filo del colchón y tuve que echar mano al suelo. Ya que esta experiencia iba a ser un sparring contra mi corazón quería que lo fuera con todo el glamour posible. Antes muerta que sencilla. Me incorporé como pude, arrastrando el trasero sobre el colchón y reptando con las manos. La frente me sudaba, estaba cansada emocionalmente. Verte cometer el mismo error una y otra vez y quedarte de brazos cruzados es una putísima mierda. ¿Esta impotencia es lo que sentía la tía Rosa cada vez que escuchaba una de mis gatadas? La compadezco en el alma, y me pregunto por qué no me ha dado antes un sopapo en la nuca. Merecer me lo merecía. Ahora comprendo la desesperación de Frank en la película Los fantasmas atacan al jefe.

—¿En qué piensas Daniela? —La voz me hizo suspirar.

—En que si voy a arrastrar el mismo error continuamente y tener que verme, me voy a volver loca.

—Bueno, estás hablando con el recuerdo encerrado en un reloj de tu tía abuela muerta —bromea la so muy pilla.

Me carcajeé como quien lee un mensaje de WhatsApp en el que se separan los ja. No estaba muy para bromas ajenas. En mis traumas sólo caben mis chistes.

—Este último chico, Raúl, ha estado muy acertado al dejarte —comentó de repente el recuerdo como si tal cosa.

—Por la chica que le mandó el mensaje directo a Instagram, que ya me estoy planteando que lo de no ser él era una excusa barata para darme la patada —murmuré con los dientes apretados.

Una idea con forma de bombilla resplandeciente y luz amarilla me encendió la mollera. Si conmigo se esforzó tanto, ¿también lo habría hecho con aquella otra chica? De ser así, comprendo por qué su capacidad de entendimiento estaba tan limitada. Suficiente tenía con memorizar los gustos de dos chicas distintas como para encima intentar entenderlos. Me empezaba a cuadrar por qué me eliminó de Instagram a la semana siguiente de echarse novia. ¡Quería evitar que atara cabos y echara su relación a perder! ¿Esa es la imagen que tenía de mí? La mirada que me lanzó la vez que me lo topé en Granada capital al recoger los botes de pintura morada para la peluquería, como si estuviera en busca y captura por ser el bicho más peludo y repugnante del planeta, tienen sentido ahora. Ay, qué pena más grande me da este chico.

Por cierto, te explico lo de la pintura. A Lidia no la cogieron en su lugar de trabajo de prácticas, pero no tardó mucho en convertirse en encargada de un centro de belleza del pueblo de al lado. Ahorró el suficiente dinero durante dos años a base de doblar turnos y trabajar de forma independiente (y en negro, todo sea dicho) los días que tenía libres y vacaciones. Se hizo con una buena lista de clientes y, para su suerte, sus padres la podían abalar y dieron un pellizco para reformar el local que consiguió alquilar aquí en el pueblo. Toni y yo la ayudábamos los sábados por la tarde y domingos hasta la madrugada a pintar el bajo comercial, limpiar y montar los muebles imposibles de Ikea. Jamás había visto una peluquería de paredes moradas y blancas, con sillones malva y neones rosas en los espejos.

—¿Has dicho algo, querida? —preguntó el reloj.

—No, nada.

—Pues necesito que lo hagas.

Miré la esfera con cara de perro enfadado al que se le ha negado su chuchería favorita. ¿Qué quería que dijera? ¿Qué el esfuerzo por amoldarme a él y a sus expectativas fue en vano? ¿Qué soy una ridícula que no encajaba ni cambiando con ninguna media naranja? ¿Qué le he pillado manía a los cítricos? ¿Qué Ana fue una zorra que lejos de darme lo que quería me quitó la poca autoestima que tenía? La chica no chica de fotolog, la que me prometía que si seguía sus consejos ningún chico ni futuro novio se avergonzaría de que yo fuera la elegida, mentía. Daba igual cuánto peso perdiera, que llegara a los cuarenta y tres kilos no sirvió para que Raúl se quedara y me eligiera por encima de cualquier otra. La talla treinta y dos tampoco trajo un príncipe azul a la puerta de mi casa, pero sí hizo llorar a mi madre, tía y amigos cuando perdí el conocimiento un viernes de mucho trabajo en la peluquería de Lidia tras dos días a base de agua y Powerade (mi padre estaba demasiado ocupado con los hijos de su novia como para llamarme para ver qué tal estaba). Me hicieron muchas pruebas en el hospital, una de ellas fue para descartar epilepsia porque tras perder el conocimiento, según Lidia, estuve convulsionando sobre su cuerpo un minuto entero. De verdad, no soy consciente del pedazo de amiga que tengo, que voleó el secador y el cepillo para abalanzarse sobre mí y evitar que mi cabeza chocara contra la lámpara de sal de cincuenta kilos que le regaló mi tía Rosa. Las analíticas salieron de lo más normales, algunos numeritos más bajo de lo debido pero nada alarmante. Fue una psicóloga de la seguridad social, porque mi tía abuela le plantó cara al médico y no pensaba dejar el tema en punto muerto, la que me diagnosticó anorexia restrictiva. Su hija no parece anoréxica, yo la veo bastante normalita, dijo el hijo de su madre del médico cuando la psicóloga le pasó el informe. No duré mucho en terapia, sentía que no servía de nada y que estaba empeorando. Empecé a obsesionarme con los espejos, con sentir vergüenza al comer en público porque todos me miraban. Evitaba salir de casa, ir a la compra y mi vida se basó en ir de la peluquería a la cama y de la cama a la peluquería. En la cuarta y última sesión con la terapeuta, que no recuerdo su nombre pero era una mujer muy agradable, me regaló un diario precioso para que apuntara qué sentía a lo largo del día. No puedo obligarte a seguir la terapia pero me gustaría que, al menos, tuvieras dónde volcar tus pensamientos e inquietudes, dijo con una sonrisa triste en los labios.

—No sé qué decir, estoy muy confundida —solté, por fin, al reloj con el corazón encogido por los recuerdos.

—¿Confundida? —Quiso saber.

—Sí, yo solo quería ser perfecta para él, cumplir sus expectativas y vivir el felices para siempre.

—Repite lo que acabas de decir y dale una vuelta, querida.

¿Una vuelta? ¿No era suficiente la vuelta que estaba dando al pasado que, encima, tenía que darle una vuelta a la frase que acababa de soltar? Lo hice, enfurruñada, pero lo hice. Quería ser perfecta, ¿qué tiene de malo querer hacer las cosas bien? Quería ser perfecta para él. Eso empezó a sonarme un poco mal. Cumplir sus expectativas. Claro, él estaba cumpliendo las mías. Entonces, algo hizo clic dentro de mí. Fue un chasquido muy sutil que me provocó un dolor agudo y rápido en las sienes. Estaba demasiado centrada en sus expectativas, en cumplirlas y que él cumpliera las mías que me salté la parte de conocerlo, de conocernos. ¿Quién era Raúl en realidad aparte del chico que me hizo reír tres semanas, que quiso ser mi amigo para después borrarme de sus redes sociales y mirarme mal por la calle? ¿Quiénes fueron Ángel y Javi? ¿Qué les inquietaba? ¿A qué aspiraba el chico del pintalabios? Creo que sólo llegué a conocer la superficie de Ángel.

—Por tu cara diría que te has pasado de frenada y has llegado al quid de la cuestión.

Levanté la mano y miré al recuerdo a los ojos.

—Raúl y yo no nos conocimos, simplemente intentamos ser lo que el otro quería —dije en voz alta.

Las palabras me golpearon en el pecho, haciendo que el corazón se saltara un latido. Joder, ¿qué puta mierda había hecho con mi vida? ¿Cómo podía cagarla tanto y vivir tan pancha? ¿Conocería Raúl a la otra chica más que a mí y por eso la eligió a ella? Sé que esto no es una competición, pero no puedo evitar pensar en ello.

—Es una pena que aquel chico no conociera a la gran persona que se esconde tras tantas capas de expectativas. —La voz de mi tía hizo que el mensaje me calara más duro y hondo. Me emocioné.

Apreté los labios y parpadeé a la velocidad que Daddy Yankee rapea al principio de Gasolina. No quería llorar, ya tendría tiempo para hacerlo después de esta aventura a través del tiempo.

—Las expectativas nos quitaron las ganas —confesé con la voz un poco rota y mal disimulada.

—Sí, las expectativas os alejaron tanto de vosotros y vuestra realidad que las ganas salieron de la ecuación, y el amor necesita muchas ganas.

—Y también conocer y dejarse conocer —opiné con la lengua pesada de la cantidad de emociones que esta escondía bajo ella.

—Conocer a la otra persona, estar al tanto de su realidad, es lo que construye la confianza. Y la confianza es la base de cualquier relación. ¿Tú confiarías en Toni o Lidia si no los conocieras?

Aquello me hizo pensar. Pensé demasiado, ya sabrás a lo que me refiero unas páginas más adelante. Pensé en Lidia, en lo mal que me cayó cuando coincidimos en la misma clase en segundo en la ESO. En cuánto me acordé de la familia del profesor de Tecnología cuando nos hizo formar pareja para el proyecto final (un juego eléctrico similar a Operación pero con el mapa político de España, la luz saltaba si fallabas a la hora de ubicar con dos punzones de punta redonda las comunidades autónomas y las ciudades que las conformaban).Pensé en las risas que compartimos al darnos cuenta de lo pésimas que éramos en geografía y que de Andalucía para arriba no teníamos ni pajolera idea de nada. En lo bien que me lo pasaba con ella y las ganas que empezaron a brotarme del estómago por querer contarle mis cosas y escuchar las suyas. Lo bien que me sentía por formar parte de su vida. También pensé en Toni, en lo guapo que me pareció en sexto de primaria y lo otaku y gamer que se volvió en la ESO. Que siempre nos ponían como compañeros de mesa porque nuestros apellidos se solapaban en la lista de alumnos. Soy muy charlatana, la que se lleva un ¿hoy has comido lengua? por parte de un profesor, y lo que tenía más a mano para hablar era Toni. Así nos hicimos amigos, así formamos nuestro grupo de tres. Nuestra propia versión de Las Embrujadas pero sustituyendo a Prue por Leo. Pensé en aquella luz blanca, pero no en la que me hacía viajar atrás en el tiempo. Tragué con fuerza. Casi me atraganto con mi propia saliva. No respondí la pregunta del recuerdo, preferí recitar la inscripción del reverso e ir a otra cosa mariposa.

Un viaje al centro de mis latidos ©Место, где живут истории. Откройте их для себя