Capítulo 14: La búsqueda

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Prunia no sabía cómo habían sobrevivido sin Link y Zelda durante un siglo entero. Y no solo en el fuerte vigía; también en el resto de Hyrule.

La voz se había corrido muy deprisa, al parecer. Una semana después de la Catástrofe, habían empezado a llegar las cartas. Y también los emisarios. Las exigencias. Todos querían concertar reuniones con la princesa de Hyrule para buscar una solución al mar de problemas que había surgido de golpe.

Prunia había tenido que hacer el trabajo sucio por primera vez en mucho tiempo. Antes había tenido a Symon, y ahora tenía a Ezko. Sin embargo, el pobre soldado le había suplicado que fuera ella quien se encargara de aquel asunto.

De modo que Prunia se había reunido con los emisarios, uno a uno, y les había comunicado la noticia de la desaparición de la princesa Zelda y su caballero escolta. Y fue como si hubiera alimentado las llamas de un gran incendio; la situación solo empeoró a partir de entonces.

Los emisarios acabaron marchándose, por suerte, pero no sin antes insistir en lo mucho que necesitaban ayuda. Prunia había acabado diciéndole a un emisario zora particularmente insoportable que ella no podía hacer milagros para ayudarlos. No en esa ocasión.

«Link y Zelda sí que podían hacer milagros —pensó con un largo suspiro—. Pero ya no están.»

Parecía habérselos tragado la tierra. Habían pasado casi tres semanas desde su expedición bajo el castillo. Desde la Catástrofe. Y no había ni rastro de ellos.

Prunia no perdía la fe. ¿Cómo podría hacerlo, cuando los había visto llevar a cabo todo tipo de hazañas imposibles? Tenían que haber sobrevivido, pese a que todas las pruebas indicaban lo contrario.

Unos golpecitos en su puerta la sacaron de sus pensamientos. Prunia dio permiso para entrar, y Josha asomó la cabeza por el hueco de la puerta.

—¿Doctora Prunia? Han llegado nuevas cartas. Creo que estas vienen de... Bueno, de todas partes. —Dejó escapar una risita nerviosa, y luego guardó silencio. La única respuesta de Prunia fue dirigirle una mirada plana. Josha se irguió de golpe—. Yo... ¿Queréis que... queme las cartas, doctora Prunia?

Por un momento, ella estuvo tentada a decir que sí. Sospechaba que aquellas cartas no contendrían nada que ella no supiera ya. Quejas y más quejas, lamentaciones y peticiones de ayuda. Los orni lo estaban pasando verdaderamente mal con la tormenta que los azotaba desde la Catástrofe. Las cartas se habían vuelto cada vez más esporádicas a medida que se quedaban aislados; Prunia solo había recibido noticas suyas en los últimos días gracias a los exploradores que podía permitirse enviar.

Calló por un rato, pensativa. Al final, sin embargo, acabó arrepintiéndose. No podía ignorar sin más las peticiones de ayuda del reino, lanzándolas a las llamas como si no valieran nada. No era lo que Zelda habría querido.

«Diosas, empiezo a parecerme a Rotver. Hablo de ella como si estuviese muerta.»

—¿Doctora Prunia?

Prunia reprimió un escalofrío y se volvió hacia Josha de nuevo.

—No —suspiró—. No quemes esas cartas. Déjalas sobre la mesa.

Tal vez fueran solo imaginaciones de Prunia, pero Josha pareció aliviada. Era una muchacha de buen corazón. Prunia solo esperaba que no le pasara factura.

Josha se acercó, obediente, y dejó el montón de cartas sobre la mesa. Se ajustó las gafas, que le resbalaban por la nariz. Prunia sabía de buena tinta que Josha lo estaba pasando mal. No estaba acostumbrada a lidiar con catástrofes, no como Rotver, Zheline y su hermana Impa. Prunia lo veía en sus ojos hinchados y vidriosos, y en las ojeras que asomaban justo debajo.

The Legend of Zelda: Tears of the KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora