Capítulo 24

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No encontrar a la causante de su insomnio al bajar a la cocina fue un alivio para Andrea, porque la verdad era que no estaba segura de cómo comportarse frente a Vienna. Mucho menos tenía claro si lo que pasó en el estudio cambiaba las cosas o si significaba algo más que un simple beso.

Era cierto que Vienna se sentía atraída por ella, le quedaba perfectamente claro, pero de allí, a que ese beso tuviera un significado más profundo, eso sí que era una incógnita de las grandes. Sobre todo, porque al no encontrarla esa mañana no tenía idea de que pensar. Su descabellado plan la llevó a cruzar una línea que no debía. Así que ahora, y tras haber pasado gran parte de la mañana desenvolviendo las actividades cotidianas con Isabelle, Andrea volvía a preguntarse cómo debía comportarse frente a Vienna.

El beso de la noche anterior no le daba acceso al estudio, mucho menos le daba una pista de cómo obtener la llave para entrar en este, pero estaba convencida de que, si se acercaba lo suficiente a Vienna, podría descubrirlo. En eso, y en cómo acercarse a ella sin tener que cruzar la línea del pudor, pensaba cuando el rumor de los autos de la ejecutiva que llegaban la devolvió al invernadero; un corrientazo de deseo hizo que le temblara todo el cuerpo ante la idea de volver a verla y su corazón se agitó en su pecho. Es que, hasta donde sabía, Vienna nunca regresaba antes de la hora de la cena, por lo que su llegada, no entraba en sus planes.

— Andrea, así vas a matar mis plantas.

La voz de Isabelle la sacó de sus pensamientos. Avergonzada detuvo el movimiento de sus manos al ver que, en efecto, había estado cortando y desherbando demasiado cerca de los retoños de las nuevas plantas que sembraron un par de días antes. Dejando a un lado los instrumentos de jardinería Andrea se quitó los guantes, luego echó un vistazo hacia la casa. El rumor de las puertas de los autos al cerrarse le confirmaron la llegada de la ejecutiva por lo que si darse cuenta se mordió el labio inferior. Estaba nerviosa eso era claro, pero no el porqué, pensó sin conseguir una respuesta, o mejor dicho, sin querer aceptar la única respuesta posible en ese momento.

— Isabelle, creo que ya llevamos mucho tiempo aquí afuera — dijo mientras se sacudía los pantalones manchados de tierra en las rodillas —. ¿Por qué no entramos a beber algo fresco? — sugirió y agradeció que Isabelle no se opusiera. Durante esos últimos días, Andrea había notado que la mujer estaba mucho más tranquila y sus desvaríos mentales se reducían a pequeños momentos, lo que la dejaba más calmada. Aún y cuando no estaba segura de si aquello dependía de los medicamentos que le suministraba a diario, o al hecho de que, con el paso del tiempo, ella había dejado de ser una extraña para la matriarca.

— ¿Podemos comer una rebanada de Pastiera*? — dijo Isabelle mientras se dirigían a la estructura en la que guardaban los instrumentos de la jardinería.

El corazón de Andrea se encogió en su pecho ante las palabras de la matriarca. Después de dos semanas junto a Isabelle, había deducido que su enfermedad era mezquina y despiadada. Porque la Esclerosis no solo se robaba la autonomía y parte de la memoria de quienes la padecían, sino que también los despojaba de sus recuerdos.

— Claro que sí, Isa — respondió Andrea entrando en la pequeña estructura.

Mientras se dirigían hacia la casa, Andrea no pudo evitar pensar que de alguna forma el sentimiento que un primer momento la condujo a la familia Russo empezaba a transformarse. Si, tenía que ser sincera con ella misma, debía reconocer que odiaba el apellido Russo y lo que representaba con todas sus fuerzas; pero no a las personas que lo llevaban. No podía odiar a los niños, ni a Paris, ni a Isabelle y mucho menos podía odiar a Vienna. No después de aquel beso. Apenas entraron en la cocina una ligera ráfaga de viento le despeinó el cabello mientras que debajo de sus pies la tierra se sacudió al encontrarse con la mirada de Vienna.

¿Lo dejaria todo por ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora