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La mañana de finales de abril era húmeda y fría. No había papeles pegados en la limusina que los esperaba junto a la acera, ni latas, ni letreros de RECIÉN CASADOS, ninguna de esas cosas maravillosas reservadas a las personas que se aman. YoonGi se dijo a sí mismo que tenía que dejar de ser tan sentimental. JiMoon se había metido con él durante años por ser exasperadamente anticuado, pero todo lo que YoonGi había querido era una vida convencional. No era tan extraño, supuso, para alguien que había sido educado con tan poco convencionalismo.

Se subió a la limusina y vio que el cristal opaco que separaba al conductor de los pasajeros estaba cerrado. Al menos tendría la intimidad que necesitaba para contarle a Jeon Jungkook cuál era su plan antes de llegar al aeropuerto. «Hiciste unos votos, YoonGi. Unos votos sagrados.» Ahuyentó a la inequívoca voz de su conciencia diciéndose que no tenía otra opción.

Jungkook se sentó junto a él y el espacioso interior pareció volverse pequeño repentinamente. Si él no fuera tan físicamente abrumador, él no estaría tan nervioso.

Aunque no era tan musculoso como un culturista, Jungkook tenía el cuerpo fibroso y fornido de alguien en muy buenas condiciones físicas. Tenía los hombros anchos y las caderas estrechas. Las manos que descansaban sobre los pantalones eran firmes y bronceadas, con los dedos largos y delgados.

YoonGi sintió un ligero estremecimiento que lo inquietó.

Apenas se habían apartado del bordillo cuando él comenzó a tirar de la corbata.

Se la quitó bruscamente y la metió en el bolsillo del abrigo; después se desabrochó el botón del cuello de la camisa con un movimiento rápido de muñeca. YoonGi se puso rígido, esperando que no siguiera. En una de sus fantasías eróticas favoritas, él y un hombre sin rostro hacían el amor apasionadamente en el asiento trasero de una limusina blanca que recorría Manhattan mientras Kenny G tocaba songbird a lo Pretty Woman, pero había una gran diferencia entre la fantasía y la realidad.

La limusina se incorporó al tráfico. YoonGi respiró hondo, intentando tranquilizarse, y olió el intenso perfume a gardenia que emanaba de él. Vio que Jungkook había dejado de quitarse la ropa, pero cuando él estiró las piernas y comenzó a estudiarlo, YoonGi se removió en el asiento con nerviosismo. No importaba lo mucho que lo intentara, nunca sería tan bello como su madre, y cuando la gente lo miraba demasiado tiempo, se sentía como un patito feo. Los agujeros del pantalón, tras el encuentro con el pequinés, no contribuían a reforzar su confianza en sí mismo.

Rebuscó en su maleta de mano para buscar el cigarrillo que tanto necesitaba. Era un vicio horrible, lo sabía de sobra y no estaba orgulloso de haber sucumbido a él. Aunque JiMoon siempre había fumado, YoonGi no solía fumar más que un cigarrillo de vez en cuando con una copa de vino. Pero en aquellos primeros meses después de la muerte de su madre se había dado cuenta de que los cigarrillos lo relajaban y se había convertido en un verdadero adicto a ellos. Después de una larga calada, decidió que estaba lo suficientemente calmado como para exponerle el plan al señor Jeon.

—Apágalo, cara de ángel.

Él le dirigió una mirada de disculpa.

—Sé que es un vicio terrible y le prometo que no le echaré el humo, pero ahora mismo lo necesito.

Jungkook alargó la mano detrás de él para bajar la ventanilla. Sin previo aviso, el cigarrillo comenzó a arder.

YoonGi gritó y lo soltó. Las chispas volaron por todas partes. Jungkook sacó un pañuelo del bolsillo del traje y de alguna manera logró apagar todas las ascuas.

Respirando agitadamente, YoonGi se miró el regazo y vio la marca diminuta de una quemadura en el saco de raso dorado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó sin aliento.

Cuando se besaron | kookgiWhere stories live. Discover now