Extraños En La Mansión

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Había sido trasladado a esa mansión tras la muerte de sus padres junto a ese misterioso y desconocido tío suyo, supuestamente hermano menor de su padre. Pero él jamás lo había conocido, ya que sus padres nunca le hablaron de ese tío. Ahora era su único pariente vivo y tuvo que trasladarse a su mansión.

A sus quince años había vivido bastante debido a la muerte de sus padres, con quienes su vida tal como la conocía había acabado. Al entrar a su nuevo hogar todo era extraño, lúgubre y misterioso. Hasta el mismo mayordomo se veía amenazante. Cuando vió al extraño que a partir de ese momento se había vuelto su tutor, no pudo evitar retroceder.

Verse amenazante era quedarse corto, su tío parecía un demente total. Él sonrió al verlo allí, en su casa y bajo su total merced.

- Bienvenido Alan, a partir de este momento estarás bajo mi tutela. El mayordomo te mostrará tu habitación. Puedes recorrer la mansión menos el sector norte.

Luego el hombre se fue desapareciendo tras una puerta que conducía vaya a saber dónde. Alan fue conducido a su habitación que era más grande que el departamento donde solía vivir junto a sus padres.

Alan no estaba acostumbrado a tanto glamour ya que sus padres eran personas normales, no millonarios como al parecer lo era su nuevo tutor.

Su tío mandó a uno de sus empleados para que lo lleve a los mejores lugares donde vendían ropas, así se hacía con un nuevo guardarropas. Alan abrió sus ojos asombrandose al ver la cantidad de ropa que su tío pidió comprarle. El adolescente se preguntaba si podría usar todo eso.

Los días en la mansión de su tío pasaban lentamente, había tenido que abandonar la escuela ya que su tío solo quería verlo reñacionandose con las demás personas. Era todo un ermitaño.

Alan se sentía asifixiado y aislado del mundo. Aquello no le gustaba para nada. Alan tenía los cabellos rojos, celeste mirada y blanca piel. Llevaba puesta las ropas que le compró su tío en esos momentos. Era de noche y acababa de cenar. Su tío, como siempre, desapareció en el sector norte de la mansión y Alan no tuvo más alternativa que irse a su habitación.

Pero en esos momentos sintió unos movimientos cerca suyo, eran pasos que corrían. Alan se guió por ellos y olvidándose de la prohibición de su tío se adentró en el sector norte de la mansión. El aire se enviciaba debido a que todas las ventanas estaban cerradas. Las puertas también pero solo algunas tenían llave.

De repente un grito lo sobresaltó, era la voz de un adolescente joven como él. Volvió a sonar el grito solo que en ésta ocasión iba seguido de llantos. Alan respiraba entrecortado, mientras se dejaba llevar por la curiosidad acercándose al dueño de esos gritos.

A medida que se iba acercando su corazón latía con mayor fuerza. Una parte de él le decía que debía volver sobre sus pasos, pero otra parte le indicaba que debía seguir avanzando para averiguar qué estaba sucediendo ahí.

Haciendo el esfuerzo por no hacer ruido alguno, se acercó a una de las puertas que permanecía abierta. Del otro lado había una habitación iluminada por velas sujetas en candelabros, además de la luz de la luna que se filtraba por la ventana Alan tenía un buen vistazo.

El mayordomo sujetaba a un adolescente de rojos cabellos que caían hacia adelante tapándole la cara. El adolescente cautivo forcejeaba en un inútil intento por liberarse, pero no lo pudo lograr.

- Acuestalo en la cama Perkins, hay que sujetarlo de nuevo - aquella era la voz de su tío.

Alan fue testigo del momento en que su tío y el mayordomo ataban al prisionero en la cama de sus muñecas y sus tobillos. El adolescente lloraba suplicándoles liberarlo pero sus carceleros eran sordos a sus súplicas. Cuando el adolescente volteó la cabeza para mirar hacia la puerta sus miradas se cruzaron.

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