11.- Desnuda y limpia

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Aidán se despertó por el incesante movimiento debajo de él.

     —¡Por Dios! ¿Qué te sucede Mary? ¿No te puedes quedar quieta para que concilie el sueño?

     —Sabe mi nombre señor. Me molesta que me llame Mary. Ya es muy tarde. Han estado tocando a la puerta desde hace mucho rato.

     —Si no te gusta que te hable por otro nombre. No me hubieras dicho que te llamabas así.

     —Yo a diferencia de usted. No me presenté así. Lo hizo mi prima por mí.

     —No dijiste nada para confirmar tu identidad. ¿Por qué el engaño?

     —Le respondo. Si usted me da las razones del suyo. O me va a negar que se hizo pasar por otro.

     —Ya lo decía yo. Eres toda una inglesa chantajista. No sueltas prenda sin beneficio alguno.

     —Pues usted es un escocés ladino.

     La discusión terminó cuando se abrió la puerta de la recámara. Se escuchó como la doncella hacía una exclamación de sorpresa.

     —¡Ustedes disculpen!

     Aidán se metió sobre las mantas para evitar que la joven siguiera contemplando su anatomía desnuda.

     —Adelante.

     —Me pidió su padre que les hiciera llegar una bandeja con viandas, ya que se habían saltado el almuerzo. Y ya es hora de la comida.

     —Ponga la charola en la mesa y pida que preparen el baño con suficiente agua para los dos.

     La joven inclinó la cabeza y obedeció al instante. Aidán hizo que su esposa se levantara del lecho. Necesitaba hacerse de la sábana manchada con la supuesta prueba de virtud.

     —Estoy desnuda y no tengo prenda alguna que ponerme.

     —Ya te conozco de esa forma. ¿Ahora tienes más pudor que cuando no eras mi esposa?

     —¿Entonces pretende que toda la gente del castillo me vea sin prenda alguna? Si eso es lo que quiere en este momento lo hago.

     —¿Tan dispuesta estás para complacerme? ¿Si te lo pido saldrías desnuda?

     —Jure ante el altar obedecerlo, o ¿no?

     —¡Adelante, sal de la habitación!

     Bethany se sorprendió, pero no se iba a echar para atrás. Comenzó a caminar hacia la puerta. Aidán la intercepto antes de que la abriera. La condujo hasta el sofá. Recogió su camisa y la vistió con ella.

     —Tu cuerpo es solo para mi deleite. Te prohíbo que te exhibas de cualquier forma. Sé que las damas británicas les encanta compartir sus favores con cuanto cristiano se les presente. Si te llego a descubrir haciendo eso, te mato con mis propias manos. «No voy a permitir que me vuelvan a tomar el pelo»

     Cuando lo escuchó quería molerlo a palos. No entendía como se atrevía a ser tan grosero con ella. Iba a contra atacar, pero la puerta se volvió abrir con los criados trasladando la bañera. Aidán se puso el tartán. Tomó entre sus manos las sábanas manchadas. Sin calzarse siquiera salió tan fresco como el rocío de la mañana.

     Bethany aprovechó que su esposo había desaparecido del cuarto e hizo uso de la bañera que acababan de llevar para poder adecentarse. Antes de que la criada saliera del lugar, le pidió que buscara en el arcón de su recámara el vestido rojo granate. El agua caliente empezó a relajar la tensión acumulada desde el momento en que se había enterado de que desposaría a un escocés.

     Aidán ingresó de nuevo a la alcoba matrimonial sin hacer ruido. Estaba complacido de que el diplomático del rey se hubiera quedado contento con la sábana. Se la entregó frente a la mayoría de los caballeros que se encontraban en la biblioteca de su padre. Estaban degustando whisky y jugando a las cartas.

     En cuanto vio a su guerrera recostada en la bañera. Fue como si oyera el canto de una sirena. Sigiloso se desprendió de la única prenda que cubría su cuerpo. Se introdujo con sumo cuidado con la finalidad de no derramar demasiada agua al piso.

     —¿Qué haces Aidán? ¿Cómo te atreves? ¡Sal inmediatamente de la tina! —Se incorporó al instante que sintió el roce de la piel de su esposo contra sus piernas.

     Le encantó escuchar su nombre salir de sus preciosos labios. Era agradable cuando le hablaba de tú. Parecía que gozaban de familiaridad en su relación.

     —Te agradezco por compartirme la vista de tu suculento cuerpo. Es mejor observarte toda vez que te encuentras de pie. Qué cuando estás recostada. Se puede apreciar con nitidez la redondez de tus curvas.

     Al momento de escuchar sus palabras, la muchacha se volvió a zambullir en el agua. Haciéndose un ovillo en su lado de la bañera.

     —Usted es un ser lujurioso. ¿No puede dejar de verme sin esa lascivia?

     —Decídete Bethany. Me hablas de usted, al igual que a cualquier desconocido. O como una esposa normal al mencionar mi nombre y llamándome de tú. Del mismo modo que lo llevaste a cabo hace unos instantes. En cuanto a tu pregunta. Yo creo que tienes razón. Estoy gravemente enfermo.

     —¿Enfermo?

     —Sí. Y solo tú me puedes curar. ¿Estás dispuesta hacerlo?

     —¡Yo! ¿Cómo podría realizar eso?

     —Muy simple. —Se incorporó cuál felino al acecho. Y trató de besarla.

     Bethany molesta porque le hubiera tomado el pelo. Le propinó una patada en sus partes nobles. Dejó a su esposo fuera de combate. Salió de la bañera en el preciso instante en el que la doncella ingresaba de nuevo a la habitación. Le entregó los lienzos con los que secaría su cuerpo. El vestido rojo granate lo colocó sobre la cama.

     —Necesito que continúe en la habitación, para que me ayude en mi arreglo.

     —Como guste señora.

     Aidán comenzó a bañarse con un talante molesto. Sabía que tenía que ir con tientos con su esposa, pero al verla tan relajada. Sin las muestras de asco y repulsión, que un día antes mostró. Se Envalentonó. Se dejó llevar por el juego de seducción. Que con anterioridad había practicado con excelentes resultados.



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