Epílogo

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El golpe llegó antes de que Horacio pudiera siquiera levantar sus brazos para cubrirse.

- ¡Despiértate de una vez, nenaza!- bramó el superintendente desde fuera del tatami.

Conteniendo un quejido, se puso en pie nuevamente. A su alrededor, otras parejas continuaban sus respectivas luchas, ajenas a la caída de Horacio. Frente a él se encontraba Gustabo, una sonrisa triunfal surcando su rostro. Llevaban casi una hora entrenando, y en todo ese tiempo a penas había logrado derribarlo dos veces, mientras que su cuerpo dolía entero tras todas las caídas y golpes recibidos.

- ¡Vamos! ¿Creen que un chupasangre esperaría a que se acomoden la ropa? ¡Venga, a luchar otra vez!- gritó Conway, ganándose más de una mirada de desaprobación, tanto por parte de algunos de los nuevos reclutas como de Paola.

El entrenamiento duró una hora más sin que Horacio pudiera ganar ningún round.

Era casi medianoche cuando Paola los dejó marcharse. Todos sus compañeros volaron a buscar sus pertenencias, asearse e irse a descansar, mas Horacio se tomó su tiempo. Incluso le indicó a Gustabo que volviera a casa en el Audi con la excusa de que debía pasar por la librería antes.

Claro que su hermano no le creyó. ¿Qué tendría que hacer en una librería que llevaba cerrada al público un año?

Un año...

Horacio suspiró.

Se cumplía exactamente un año de la partida de Viktor y nadie, ni Gustabo ni Conway, habían mencionado el tema. ¿Cómo podía ser que sólo a él le pesara aquello? Se frotó los ojos en un intento de que las lágrimas se disiparan. No quería llorar. No por él, no en los vestuarios de ese improvisado gimnasio.

Una taquilla se cerró detrás de él, haciéndole tirar el móvil al suelo del susto.

- Joder, macho- la inconfundible risa burlona de Chris Collins se hizo oír en los cambiadores-. Pensé que me habías visto entrar.

El de cresta suspiró resignado antes de negar con la cabeza. El vampiro era compañero de la Academia y, al igual que él, se estaba formando para integrar la División Especial o, como prefería llamarla Conway, la "División de chupasangres que cazan a otros chupasangres". Tal como lo indicaba tan particular nombre, allí la regla era ser vampiro, por lo que tanto él como Gustabo eran la sensación entre sus compañeros.

Mientras que Gustabo solía caer más en gracia debido a su labia, Horacio se había vuelto una persona retraída que no buscaba entablar conversaciones más de lo estrictamente necesario, por lo que los demás solían evitarlo. Nadie sabía que el joven había sido donante de uno de los integrantes de la División y prefería que las cosas se mantuvieran así.

Respecto a su desempeño, Horacio destacaba en el manejo de armas, y tanto Gustabo como él eran buenos en la lucha cuerpo a cuerpo, superando en destreza a varios vampiros que fácilmente les sacaban cincuenta años de existencia. Grande fue la sorpresa de ambos al enterarse de que la condición de vampiro no acarreaba sí o sí una fuerza o velocidad extraordinarias, sino que, al igual que los humanos, debían ejercitarse y practicar tanto como el resto.

La única diferencia entre el entrenamiento de los humanos y de los vampiros de la Academia yacía en que los primeros debían aprender técnicas defensivas mientras que los segundos se entrenaban para reducir el consumo de sangre. Ningún vampiro podía formar parte de la División si no superaban las estrictas pruebas que Conway exigía.

Hacía seis meses que los nuevos reclutas habían ingresado a la Academia, y más del cincuenta por ciento de los vampiros aspirantes habían abandonado debido a estas pruebas. De todos los vampiros restantes, Chris Collins parecía ser uno de los que mejor llevaba la abstinencia, ya que jamás lo habían visto sacar los colmillos en todo ese tiempo.

Donante [VOLKACIO AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora