Capítulo 2

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- ¿Eso es todo lo que tienen para mí? ¿Unos pringados vendiendo meta en el norte?- preguntó Conway, con el típico desdén con el que los trataba cada vez que se reunían con él para pasarle información.

- Joder, macho, ¡que no hay nada que te venga bien!- explotó Gustabo, pateando las piedritas del suelo. Se habían reunido en medio de un campo sin vigilancia, y todo eran pastos secos y tierra a su alrededor.

- Al menos ya tenemos el contacto, ¿no?- intentó suavizar la situación Horacio. Cuanto antes dejaran de discutir aquellos dos, antes podría volver a su casa a dormir. Últimamente, su energía estaba por los suelos, al igual que su estado de ánimo.

Lo único que lo motivaba a levantarse todas las mañanas era la certeza de que para fin de año, según sus cálculos, él y Gustabo podrían abrir un puesto de comida rápida con lo que ganaba como donante. Una vez tuvieran su propio puesto, podrían olvidarse de trabajar como sapos y él como donante. Aunque no estaba del todo seguro de querer dejar el oficio.

- Vale. Díganle que quieren comprarle para revender en el sur. No mucho, sólo lo necesario para moverlo por las calles. ¿De acuerdo?- les preguntó Conway, mirándolos a ambos a través de los orificios de su pasamontaña.

- Está bien, pero vamos a necesitar más pasta- le dijo Gustabo, cruzando los brazos sobre su pecho-. La compra mínima es de veinte mil en limpio, y entre los dos a penas llegamos a diez.

- No te preocupes, capullo, papi les dará los billetes que hagan falta- murmuró el Super, enfadado como cada vez que le pedían dinero. Sin embargo, las quejas no siguieron, puesto que posó su inquisitiva mirada sobre Horacio-. ¿Y a ti qué coño te pasa? ¿Por qué tienes esas ojeras?

- Bueno...- soltó el rubio como cada vez que los atrapaban haciendo alguna gilipollez, intentando reprimir una risita. Y después era su hermano el que no sabía guardar secretos, ¿verdad?

- Nada- respondió sin más Horacio, encogiéndose de hombros. Hasta entonces no le había dicho nada a Conway acerca de su nuevo trabajo porque sospechaba que pondría quejas y porque... Bueno, porque era su vida. Ni que tuviera que rendirle cuentas de todo lo que hacía al viejo.

Los tres guardaron un incómodo silencio un par de segundos. El de cresta desvió la mirada hacia el paisaje, sabiendo que el Superintendente estaba inspeccionándolo cual máquina de rayos X. Sabía que estaba pálido de cojones, que había bajado un par de kilos y que el palestino llevaba puesto todo el día daba demasiado el cante. Pero ya bastante tenía con Gustabo burlándose de él, llamándolo "prostituto de cadáveres", como para que ahora Conway le llamara la atención por no dedicarse al cien por cien a su trabajo como sapo.

- Estás trabajando como donante- afirmó finalmente el Super, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño-. ¿Por qué coño estás haciendo eso?

- Porque se gana bien, por eso- le dijo Horacio, con los ojos fijos en sus zapatillas. Sabía que no era bien visto por el común de la gente, y que sólo los muy desesperados preferían trabajar como donantes, pero él no encontraba motivos por los cuales avergonzarse. No era ilegal, como la venta de narcóticos, y sólo atendía clientes una vez cada quince días. Le dejaba mucho tiempo libre para su trabajo con las bandas.

- ¿Eres consciente de que no te recuperas en dos semanas de la pérdida de sangre? Déjate de esas mierdas, joder. Que los verdaderos muertos en vida son los donantes, no los vampiros- antes de que Horacio pudiera objetar, añadió:-. ¡Y no! Lo único que recuperas en cuestión de horas es el plasma, el líquido, no los putos glóbulos rojos. Esa mierda de que en una semana te recuperas es una mentira de las empresas de donantes- soltó un suspiro antes de sacarse el pasamontañas para fumarse un cigarrillo-. ¿Sabes cuánto tiempo necesitas para recuperarte como es debido?

Donante [VOLKACIO AU]Where stories live. Discover now