Capitulo 5: Gloria

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—Aquí está tu rebanada de pastel —dijo Ana sirviéndole la merienda a Victoria—. Me quedó delicioso. Claro, lo hice yo. ¡Por supuesto está delicioso!

Victoria miró el plato con el pastel y, trémula, cernió la cuchara sobre el postre. No sabía lo qué le estaba ocurriendo. Desde que volvió del trabajo no podía dejar de pensar en cosas malas, y eso solo la desanimó más.

—Gracias —dijo Victoria con cierta aspereza.

Ana enarcó una ceja y miró a Victoria. Su compañera no había tocado el postre y eso ya le parecía extraño viniendo de ella, por lo que se dispuso a acercarse a su amiga.

—Es tu favorito: pastel de naranja —dijo Ana—. ¿No tienes hambre?

—¿Ah? No, no es eso. En realidad estoy muriendo de hambre —dijo Victoria, rebanando la punta del pastel.

Ana notó que Victoria estaba temblando, y, con su preocupación aumentando cada vez, la siguió mirando mientras se dirigía a su lugar.

—¿Entonces qué tienes? —continuó Ana, y tomó asiento al lado de Victoria.

—¿Yo? —preguntó Victoria, haciéndose la desentendida—. Nada, estoy bien. ¿Qué te sucede a ti que estás un poco preguntona?

Por más de haber sido un chiste para aligerar el ambiente, Victoria sabía que no contaba con el humor adecuado para ejecutarlo. Cualquier cosa que fuera cómica, le parecía un completo sinsentido.

Ana alzó ambas cejas y se encogió de hombros; pensó que tal vez Victoria se había peleado con Oliver y debido a ello estaba desanimada. Pues reconocía un patrón en el comportamiento de Victoria, por lo que dedujo que su amiga siempre se molestaba por la culpa de un hombre. ¿Cómo podría olvidarse de los ex novios de Victoria? Para Ana, ellos eran la personificación de la histeria.

«Ay, los chicos pueden ser tan molestos a veces», pensó Ana con una pícara sonrisa. Pero solo pensar eso, le hizo recobrar el sentido; se dio cuenta de que había algo más detrás de la actitud de Victoria. De ser así, entonces, ¿qué le había dicho Oliver a Victoria para que ella estuviera tan fuera de sí?

No iba a mentir, le intrigaba saber qué sucedió, pero quizás solo se debía a que su lado más chismoso hacía tiempo no salía a ver la luz del día.

¿O no?

Ana dirigió su vista a Victoria y notó cómo sus manos se agitaban, como si estuviera temblando de frío. Ana pensó que tal vez era por la brisa que entraba por la ventana… claro, si solo estuviera abierta. Si no era el frío, ¿entonces qué era? Ana no pudo evitar sentirse curiosa por el comportamiento de Victoria.

—¿A dónde tan temblorosa, Vic? —preguntó Ana en un tono de burla después de beber su café.

Victoria volteó a verla con el ceño fruncido, pues no entendía a qué se refería Ana. Y de repente, una ráfaga de viento norte hizo que las ventanas se abrieran de par en par, lo que provocó que Victoria se estremeciera.

Ana se levantó aprisa del asiento y, entre risas, cerró la ventana; se acomodó nuevamente en su lugar, mirando a Victoria de reojo.

—Oye, deja de temblar —dijo Ana, agarrando las manos de su compañera—. Me haces pensar que tienes Parkinson y eso me pone nerviosa.

—Lo siento —dijo Victoria, poniéndose de pie—. Debo irme.

—Güey, no has tocado el plato ni tu café —dijo Ana, preocupada—. Come algo primero, no puedes irte así solo porque sí.

Victoria se negó—: Voy tarde, nos vemos después.

Ana, sin poder articular una sola palabra, quedó perpleja ante la rapidez con la que Victoria abandonó el apartamento. ¿Por qué se iba así? ¿Realmente estaba bien?

Frío, frío paraíso [EN CURSO] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora