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Cuando el autobús entró en la capital de la prefectura, Takamatsu, los barrios ajardinados se transformaron en calles urbanas repletas de neones multicolor, faros de coches a toda velocidad y luces cuadriculadas en los edificios de oficinas. Un grupo de hombres y mujeres bien vestidos estaban hablando enfrente de un restaurante, en la acera, mientras esperaban un taxi. Unos jóvenes desgarbados holgazaneaban y fumaban en el aparcamiento vacío de una tienda abierta las 24 horas. Un obrero en bicicleta esperaba a que cambiara el semáforo para cruzar. Hacía bastante frío para ser una noche de mayo, y el hombre llevaba puesta una chaqueta raída. Junto con las otras escenas, el obrero desapareció tras la ventana del autobús, engullido por el ronco murmullo del motor. La pantalla digital del autobús, sobre la cabeza del conductor, señalaba las 8:57.

Shuya Nanahara (el estudiante número 15, de tercero B, del instituto Shiroiwa, de la ciudad de Shiroiwa, en la prefectura de Kagawa) había estado mirando por la ventana, inclinado por encima de Yoshitoki Kuninobu (el estudiante número 7), que tenía el asiento de la ventana. Cuando Yoshitoki empezó a rebuscar en su bolsa, Shuya se miró el pie derecho, que sobresalía en el pasillo, y estiró los dedos de los pies dentro de sus zapatillas Keds. Antes las Keds no eran difíciles de encontrar, pero ahora eran extraordinariamente raras. La loneta de la zapatilla derecha de Shuya estaba rajada en el talón, y la tela se estaba deshilachando y adquiriendo el aspecto de los bigotes de un gato. La empresa que fabricaba las zapatillas era americana, pero el calzado en realidad se fabricaba en Colombia. Era 1997, y la República del Gran Oriente Asiático apenas sufría escasez de bienes. De hecho, la región contaba con todo tipo de productos, pero últimamente los bienes de importación tardaban en llegar. Bueno, era de esperar en un país con una política oficial de aislacionismo. Además, los Estados Unidos —tanto los miembros del Gobierno como los libros de texto se referían a ese país como «los americanos imperialistas»— eran enemigos del Estado.

Desde la parte trasera del autobús, Shuya observó a sus cuarenta y un compañeros de clase, iluminados por las turbias luces fluorescentes fijadas en los deslucidos paneles del techo. Todos ellos habían estado en la misma clase los dos últimos años. Todavía estaban nerviosos y parloteaban, porque apenas había transcurrido una hora desde que salieron de la ciudad donde vivían, Shiroiwa. Pasar la primera noche de un viaje de estudios en un autobús parecía un poco cutre… Peor todavía: parecía como si fueran a una de aquellas marchas militares forzosas. Pero todo el mundo se tranquilizaría en cuanto cruzaran el puente Seto, cogieran la autopista Sanyo, y se encaminaran hacia su destino: la isla de Kyushu.

En la parte delantera del autobús, sentadas alrededor del profesor, el señor Hayashida, había un grupo de chicas gritonas: Yukie Utsumi (la estudiante número 2), la delegada de la clase, con sus coletas, estaba muy guapa; a su lado estaba Haruka Tanizawa (la estudiante número 12), la altísima compañera de Yukie en el equipo de voleibol. Izumi Kanai (la estudiante número 5) era una pijita cuyo padre era concejal en un ayuntamiento. Satomi Noda (la estudiante número 17) tenía fama de ser una estudiante modélica; llevaba gafas con moldura metálica que cuadraban perfectamente con su rostro sosegado e inteligente. Luego estaba Chisato Matsui (la estudiante número 19), que siempre estaba callada y apartada. Esas eran las chicas que manejaban el cotarro. Se las podría llamar «las Neutrales». Las chicas tendían a formar camarillas, pero en la clase de tercero B del instituto Shiroiwa no destacaba ningún grupo en particular, así que hacer un listado de ellos tampoco parece pertinente. Si había algún grupo, era la pandilla rebelde o —para decirlo, francamente— la pandilla de delincuentes liderada por Mitsuko Souma (la estudiante número 11). Hirono Shimizu (la estudiante número 10) y Yoshimi Yahagi (la estudiante número 21) completaban la banda. Shuya no podía verlas desde donde se encontraba sentado.

Los asientos situados a la derecha del conductor estaban ligeramente levantados, y sobresaliendo de ellos se veían las cabezas de Kazuhiko Yamamoto (el estudiante número 21) y Sakura Ogawa (la estudiante número 4), la pareja más formal de la clase. Seguramente se estaban riendo, porque las cabezas se movían ligeramente arriba y abajo. Eran tan cortos y siempre estaban tan aislados que la cosa más trivial podría haberles hecho gracia.

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