Alrededor de Él se reunió un grupo de personas.
El primer hombre, creado personalmente por Dios, estaba viejo; había pasado ya mucho tiempo desde que perdió la gloria del Edén.
Mucho tiempo desde que fue expulsado.
Desde que lo abandonaron.
Tanto Lilith como Eva lo habían dejado.
Y aunque había superado la partida de Lilith, el dolor que le había dejado la partida de Eva todavía le afectaba.
No lo entendía, Adam había dejado todo por ella y aun así lo había abandonado.
Él pensó que fallecería solo, en medio de su cabaña.
Pero su pequeño Seth no iba a permitir eso.
Había sido complicado para Adam criar solo a Seth. Él tenía 7 años cuando Eva los abandonó.
Adam sabía que había cometido errores, muchos de hecho, pero sabía que lo había criado lo mejor posible.
Era su hijo, después de todo. Su propia sangre. Hijo suyo y de Eva.
Él se fue cuando creció. Al cumplir 125 años partió en su búsqueda de Azuwa, otra hija de Adam, para traerla de vuelta a casa.
Y luego de 50 años volvió con Azuwa. Ambas estaban tomadas de la mano y Azuwa estaba embarazada.
Seth le explicó lo que había sucedido cuando se encontraron. Ellos se enamoraron y, aunque pudieron simplemente olvidarse de Él, prefirieron regresar y acompañarlo como una familia.
Y así los años pasaron. Años llenos de felicidad. Adam no estaba solo; en su cabaña los niños corrían de un lado a otro, jugando.
Se escuchaban las conversaciones entre hermanas.
Y Adam ya no cazaba ni labraba solo. Seth estaba ahí con él; ambos regresaban a casa y Azuwa preparaba la comida.
Juntos en una mesa, comían y reían todos juntos.
Primero fueron 3, luego 4, después 5, 6, 8, 10...
La familia crecía.
Cabañas se construyeron alrededor de la de Adam.
Seth era diferente de Adam, él era mejor.
Seth siempre le decía que todo lo bueno que él hacía era gracias a la crianza de Adam.
Los hijos e hijas de Seth se casaban entre ellos y no tardó mucho hasta que Adam tuvo bisnietos.
Seth les enseñó a sus hijos a hacer el bien. Les enseñó sobre el cielo y el infierno, sobre el pecado y las ofrendas para cubrirlos.
Y sus hijos escucharon y obedecieron.
Para sorpresa de Adam, ellos lo respetaban y apreciaban, lo veían como ejemplo.
Y contaban historias de cómo había abandonado el Edén por amor. Él no comió la manzana.
Le preguntó un día a Seth por qué siempre lo honraba y lo respetaba: "Porque eres mi padre, porque te quedaste y no cambiaste, porque no me abandonaste".
Ese día Adam lloró más de lo que había llorado con la partida de Eva.
Ahora, a las puertas de su muerte, rodeado por sus nietos y bisnietos, observaba a Seth.
Él ya no era pequeño y delgado, era alto y musculoso; su cabello, antes rojizo, parecido al de su madre, ahora era casi negro como el suyo.
Antiguamente le preguntó a Seth por qué y cómo había cambiado el color de su cabello, él dijo: "No quiero recordarte a ese ente de pecado y de dolor que nos abandonó, padre". Él había cambiado de color de cabello con polvo de un mineral que había conseguido de una cueva.
La expresión de Seth era de tristeza y sujetaba la mano de Adam con fuerza. Él no podía estar más agradecido con Dios por haberle dado a este hijo.
Sintiendo sus fuerzas desvanecerse y el oscuro aliento de la muerte, decidió decir sus últimas palabras.
"Seth, hijo mío", dijo suavemente.
"Sí, padre", dijo Seth.
"A pesar de no ser un primogénito, me has honrado y cuidado como si lo fueras", dijo Adam. "Te agradezco por ello, yo no podría estar más orgulloso de ti".
"Padre... yo", dijo Seth derramando algunas lágrimas.
"¿Cumplirás mi voluntad, Seth?", dijo dudoso. "¿Mi último deseo?"
Hace un tiempo, Adam le contó todo a Seth: su creación, el Edén, Lilith, Lucifer, Eva, Caín y Abel.
Cómo Eva lo había engañado con Lucifer y cómo de ese engaño surgió Caín. Cómo este último asesinó a Abel, hijo de Adán, y cómo Caín fue desterrado y maldecido por Dios.
Le contó cómo Lucifer lo había traicionado, cómo había condenado a la humanidad a la maldad y a una total depravación.
Le contó a Seth sus preocupaciones y deseos; le contó muchas cosas más.
Y Seth lo escuchó atentamente.
Ahora que estaba a puertas de su muerte, deseaba saber si Seth cumpliría su última voluntad.
"La cumpliré, padre", dijo con firmeza. "Mi linaje se vengará por ti".
Adam sonrió.
"Gracias, hijo mío".
Sintiendo que su mano se debilitaba y sus fuerzas se iban, Adán dijo sus últimas palabras.
"Gracias por no abandonarme".
Y así Adam, acompañado por sus hijos, nietos y bisnietos, falleció.
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Hazbin Kaisen: Guerra en el Inframundo
ActionEn el abismo ardiente, donde el fuego nunca muere, El infierno es eterno, un lugar de sufrimiento y dolor. Las almas perdidas, condenadas por su maldad, Anhelan la redención, pero solo encuentran oscuridad. El infierno es eterno, el cielo también, E...