PARTE XXX

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–Rhaenyra, no podemos enfrentarnos a Rhaenys sin que Corlys lo sepa y esperes que se ponga de nuestro lado.

–Es mi hijo, Alicent. Y también el tuyo.

-¡Ya lo sé! ¿Crees que no me preocupa Aemond?

–A mi parecer– comentó Jace con calma pero con palabras llenas del veneno que deseaba escupirle a todos los Hightower– Usted no parece tener inconveniente con que su hijo permanezca bajo la custodia de la princesa. Y mire nada más la casualidad de estos hechos.

–¿Qué quieres decir Jace?– preguntó su madre con la ceja alzada.

–¿Nadie se ha dado cuenta?

–Por los dioses, Jacaerys, di lo que estás pensando, no estoy para juegos– ordenó Rhaenyra con su voz de mando. Alicent se encogió en su asiento, agachando la mirada. Era una beta por lo que los mandos de alfas no ejercían poder sobre ella, pero ver a Rhaenyra alterándose y usando su voz sobre su hijo era algo que no sucedía todos los días.

–¿No te parece extraño que Daemon haya llegado con el fin de hacerse del poder, después del ataque de Otto y ahora esto?

–¿Crees que se hayan aliado?– preguntó Alicent con voz trémula.

–Quizá– respondió sin mirarla.– Tal vez no. Pero resulta muy conveniente la llegada de mi tío con la promesa del compromiso. Aemond y Luke lejos de Desembarco y luego la fuga de Otto, para después tener a Aemond a su merced, solo, en una isla que no conoce.

–Tienes razón, son muchas coincidencias– admitió su madre. Alicent, como siempre desde hacía días, se adelantó a sus necesidades y le sirvió una copa de vino que aceptó de inmediato y bebió de un trago, se frotó las sienes. Estaba pálida y ojerosa.

Jace no quería preocupar a su mandé ey mucho menos enfadarla, una parte de él aún intentaba ser el hijo perfecto que había criado, sin embargo, verla tan vulnerable e inactiva, con Alicent siendo su sombra estaba sacándolo de quicio.

Quería ver a su madre de nuevo, a esa verdadera fuerza de la naturaleza, la que no agachaba la cebra y cobraba lo suyo con fuego. Ni siquiera había montado en Syrax desde su llegada a la Fortaleza y desde la huida de Otto pareció olvidar que Alicent no era del todo inocente, volviendo a tratarla como la amiga que algún día fue.

–¡Alteza!

Las tres cabezas se giraron cuando el guardia entró corriendo a la habitación que Rhaenyra designó como su pequeño consejo, al cual sólo podía acceder la familia real. Dado que Sri Harwin y su padre, Laenor, no estaban por ningún lado cuando su madre solicitó su presencia, Jace se tuvo que tragar la bilis provocada por compartir el mismo espacio que Alicent.

–¿Qué sucede?– preguntó su madre dejando los papeles y derramando el tintero con el que estaba firmando los documentos. Alicent se apresuró a cubrir el líquido de la tinta con una manta antes de que ensuciara el vestido de la reina.

–Un dragón– dijo el guardia casi sin aire. –Divisaron un dragón al oeste.

–Es Aegon–aseguró Alicent. Jace le dirigió una mirada furibunda.

–Yo iré. Es mi esposo y debo asegurarme que se encuentre bien.

Jace se puso de pie no sin aparte la mirada. Era más alto que ella y había ganado musculatura sobre la evidente pérdida de peso de la reina viuda a causa de todos los eventos desencadenados en tan poco tiempo, lucía cansada y un tanto encorvada, de la mujer altiva que alguna vez fue quedaba poco. Ahora era más una madre preocupada por sus hijos, aunque no por eso Jace le tendría consideración.

CABELLOS DE PLATAWhere stories live. Discover now