XIX

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Maratón 3/4
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Cuando, de manera inesperada, Felipe cogió a Letizia de la mano y la levantó de la silla, ella se llevó una enorme sorpresa. E inmediatamente después de la sorpresa, llegó el miedo. ¿Querría llevarla a algún lado? No había que pensarlo mucho para adivinar cuáles eran sus intenciones. Maddy y él creían erróneamente que había salido de la casa a hurtadillas y estaban enfadados con ella. Era evidente que, para cerciorarse de que no volviera a infringir las reglas, Felipe de Borbon tenía la intención de castigarla.
En el pasado, a Letizia le había tocado padecer una buena tanda de palizas. Castigos que su padre le imponía en el estudio la mayoría de las veces, y siempre con su asentador de navajas de afeitar, aquel horrible látigo improvisado. Ella sabía por experiencia que el escozor sólo duraba un rato y que los moretones desaparecían unos pocos días después. Pero esto era cuando su padre la castigaba. Felipe era dos veces más grande que él y mucho más fuerte.
Durante un instante, consideró seriamente la posibilidad de huir. Pero, antes de seguir ese impulso, se acordó del bebé que supuestamente llevaba en su vientre. Si, como ella se imaginaba, estaba metido en un frágil huevo, no podía correr riesgos. Sin duda, tratar de huir de Felipe representaba un peligro. Sus piernas eran largas y muy musculosas. En una carrera contra él, ella no tenía ni la más mínima posibilidad de vencer. ¿Y qué pasaría cuando la cogiera? Daba miedo sólo pensarlo. Letizia sabía que los huevos se rompían con gran facilidad. Dudaba de que el suyo pudiera soportar la fuerza aplastante de los brazos de aquel hombre alrededor de su cintura.
Mientras él la llevaba al pasillo, la pobre muchacha escrutaba su mente con desesperación, tratando de encontrar una manera de decirle que ella no había salido a hurtadillas. Sólo había ido a su rincón secreto un ratito. ¿Qué tenía eso de malo? Solía hacerlo con mucha frecuencia en casa de sus padres. Casi todos los días durante la temporada de lluvias. A su madre nunca le había molestado que lo hiciera, y mucho menos se había enfadado.
Arrastrándola detrás de él, Felipe caminaba con pasos enérgicos y rápidos que hacían que a ella se le helara la sangre. Al ver el movimiento de sus hombros, recordó la mañana en que lo vio sin camisa. Ahora estaba a punto de lanzar toda aquella fuerza sobre ella.
Letizia esperaba que la llevara a su estudio, como solía hacer su padre. Sin embargo, cuando llegaron a la planta baja, él se dirigió directamente a la puerta principal. Cogiéndola de la muñeca con fuerza, usó su otra mano para hurgar en el bolsillo de sus pantalones. Unos segundos después, sacó una llave, abrió la puerta y la arrastró hasta el porche.
Adivinando cuáles eran sus intenciones, el corazón de Letizia empezó a latir con fuerza contra sus costillas, y miró a su alrededor con los ojos desorbitados. ¿A donde pensaba llevarla? A su juicio, sólo podía haber un motivo para que la sacara de la casa: no quería que ninguno de sus empleados viera lo severamente que la castigaba.
Letizia estaba tan asustada que apenas podía pensar. Le lanzó una mirada suplicante, pero él estaba demasiado absorto en escudriñar con los ojos todo lo que le rodeaba para darse cuenta de ello. De repente, con una expresión resuelta en su rostro, el hombre esbozó una sonrisa y bajó con ella las escaleras principales, doblando a la derecha al llegar al camino. Tras rodear la casa, llegaron a un hermoso jardín, ingeniosamente entrecruzado por senderos de piedras blancas. Los rosales florecían en abundancia, y los distintos tonos de rosa y rojo conformaban manchas luminosas que resaltaban contra el fondo de color verde oscuro compuesto por los arbustos podados artísticamente y el césped.
El aflojó el paso para que ella caminara a su lado, como si quisiese que disfrutara del paseo. Letizia sólo podía pensar en la paliza que le esperaba. Lanzó una mirada furtiva a su rostro moreno y vio la brisa jugar con su pelo reluciente, agitándolo hasta formar ociosas ondas que caían sobre su frente amplia. Como si hubiera sentido que ella lo estaba mirando, él se volvió y la sorprendió observándolo. La chica enseguida apartó la mirada. Luego, se sobresaltó cuando él rozó dulcemente su mejilla para apartar un mechón de pelo de sus ojos.

La Canción De LetiziaOnde histórias criam vida. Descubra agora