Gojo había sido profesor de alumnos de todo tipo, pero estos chicos... Fueron un caso aparte, una serie de anomalías que de alguna manera se unieron para formar uno de los tríos más extraños que se atrevió a imaginar.
—Bueno —comenzó, ambas manos al frente y una gota de sudor deslizándose desde su frente hasta su mentón—, ¿les gustaría presentarse?
El enorme panda que apenas cabía en su pupitre levantó la mano con entusiasmo, parecía ser el único con ganas de estar sentado allí. Gojo recordó que se trataba del hijo del director Yaga, su antiguo profesor: un oso panda gigante de peluche con la conciencia e inteligencia de un ser humano... Bien, bien... El dolor de cabeza aparecería de todos modos, ¿verdad?
—Soy Panda —dijo el panda con lo que parecía una sonrisa—, mi cumpleaños es el cinco de marzo y mi pasatiempo es coleccionar mercancía de pandas.
—Un gusto conocerte —dijo Satoru tratando de llenar el incómodo silencio que cayó en la habitación—. Bien, ¿quién más quiere presentarse?
—Soy Maki —dijo la chica con lentes y ojos ámbar extrañamente familiares—, no puedo ver maldiciones sin los lentes, pero seré hechicera de todas formas.
La niña lo dijo como un desafío y Gojo pudo reconocerla al fin como la joven Zenin que había desertado del clan unas semanas atrás. Fue un rumor a voces, pero siendo un fan de los chismes como era, lo supo casi al instante gracias a una fuente confiable; los Zenin eran grandes mierdas con un ego muy alto, los niños de ojos tristes que vivían en su casa eran una prueba de ello.
—Es un gusto Maki —repitió Gojo antes de dirigir su mirada hacia el último chico con extraños tatuajes en su mandíbula, ¿porque los jóvenes siguen modas tan extrañas?—. ¿Y tú?
—Alga —dijo el albino apenas teniendo un cambio en su expresión.
Con lentitud y de la forma más disimulada posible, Gojo bajo sus ojos al montón de papeles con los datos de los alumnos.
