Capítulo 2: El regreso a la mansión de los Santoro

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El ambiente exterior reflejaba el peso del mundo sobre mis hombros. Las gotas de lluvia caían sobre mi cabeza, mezclándose con la humedad del aire y creando una sensación asfixiante. Cada respiración era como un corte en la garganta, un recordatorio constante de mi propia angustia. Mis zapatos crujían sobre el concreto mojado, arrastrando consigo el lodo y las piedras que se habían adherido durante mi fuga. La distancia entre mí y la señora Lucia Santoro se había ampliado, creando un vacío incómodo entre nosotros.

La señora Santoro guardaba un silencio frío desde que salimos del edificio, dejándome a merced de mis propios pensamientos. Revolví en mi mente cada palabra que había sido pronunciada dentro de aquel lugar.

Unos minutos antes...

—Así que la madre de Magdalena no logró venir —dijo la profesora Constanza con su tono gélido—. Tendré que hablar sobre la alumna con usted, señora Lucia Santoro.

—No pudo venir por motivos de trabajo —respondió la señora Santoro, tomando asiento con elegancia y pasando su bolso hacia el escritorio. Pequeños mechones de cabello se escapaban de su peinado, moviéndose con gracia ante la suave brisa que entraba por la ventana.

—De nuevo, Magdalena escapó de clases —continuó la profesora, frunciendo el ceño y ajustándose los lentes—. Tomó bebidas alcohólicas y fumó con algunos amigos, hombres. —Hizo énfasis en la palabra "hombres", como si fuera un pecado pronunciarla. Sus ojos se posaron en mí con desprecio, como si quisiera arrastrarme al infierno—. Esta no es la primera vez que lo hace. La señora Della ha intentado hablar con ella en varias ocasiones, pero parece que nada ha cambiado.

Sentí su mirada clavada en mí, deseando quizás que nunca regresara.

—Hablaré con su madre, no se preocupe —respondió la señora Santoro, tomando su bolso con determinación y dirigiéndole una sonrisa forzada—. ¿Ya podemos irnos?

La profesora Constanza asintió.

—Entonces... —La señora Santoro se giró hacia mí, observándome con calma—. Lena, recoge tus cosas. Debemos irnos.

Lucia Santoro se deslizaba por el pasillo principal de la construcción con una elegancia palpable en cada paso. Su presencia siempre destacaba, adornada con prendas que destilaban lujo y exclusividad. Su cabello estaba cuidadosamente recogido con exquisitas pinzas incrustadas de piedras preciosas o pasadores dorados, que se perdían entre sus mechones.

Con aproximadamente cuarenta años, Lucia parecía desafiar al tiempo con el meticuloso cuidado que dedicaba a su rostro y su figura esbelta. Su tez clara y tersa irradiaba un brillo juvenil, aunque sus mejillas a menudo adquirían un tono rosado. Poseía extremidades largas y esbeltas, un cuello delicado y unas manos pequeñas pero de piel suave como la seda. Su rostro, esculpido en líneas finas y delicadas, exhibía unos ojos esmeralda redondos y claros que emanaban serenidad y un aura impenetrable. Una nariz recta y delicada se destacaba sobre unos labios finos y rosados.

Un lujoso automóvil negro aguardaba en la entrada principal de la preparatoria. El chófer de la familia Santoro, ataviado con un impecable traje gris y zapatos oscuros pulidos, esperaba junto a la puerta del vehículo. Lucia se detuvo con gracia mientras el hombre abría la portezuela con gentileza. Luego, se volvió hacia mí con una mirada serena y amable.

—Entra primero —indicó, señalando los asientos del auto.

Me quedé desconcertada. ¿Por qué debía regresar con ella? ¿Acaso me llevaría a casa? Era extraño ver a la mujer rubia en la escuela, aunque ya había escuchado los rumores. Lucia rara vez descendía de su pedestal para interactuar con los simples mortales, a menos que se tratara de cuestiones relacionadas con el dinero, en ese caso, la mujer no caminaba, volaba.

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⏰ Last updated: Apr 23 ⏰

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El círculo de las rosas carmesíesWhere stories live. Discover now