cinco. la protección del príncipe

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Valentín imaginaba que luego de aquella suerte de parada nocturna en la casa del delegado del curso podrían ocurrir dos escenarios; uno, que Agustín lo esté ignorando por su pequeño altercado con Ignacio, o dos, que todo siga todo como siempre. Pero, en contra de sus predicciones, no esperaba que Agustín esté detrás suyo re pegote y lo siga a todas partes como un perrito faldero buscando cariño de su dueño.

Cuando arribó al colegio e hizo el primer contacto visual con el chico con rulos este no se despegó de su persona, preguntándole cómo se encontraba y si había hecho la tarea de lengua. A lo cual le respondió que no lo hizo debido a sus ensayos del ballet además que se sentía cansado al regresar a su hogar, con esto sorprendentemente consiguió que le pasara las respuestas.

—En esta la podés cambiar para que no quede tan igual a lo mío —Señaló Agustín con su lapicera, estaba sentado a su lado porque justo a Ari se le ocurrió faltar por ir al dentista por un dolor de muela. Valentín le hizo caso y se puso a escribir en su carpeta. —Tenés linda letra.

—Gracias —Agradeció Valentín porque siempre le enseñaron a ser educado. —Mientras se entienda me sirve.

—Se entiende.

Y lo que creyó que iba a terminar ahí, que iba a volver a su banco donde siempre se sentaba, no pasó y se mantuvo a su lado durante las siguientes clases. Hasta los profesores estaban asombrados por Giay que no estaba en su lugar habitual, no hizo falta que dijeran algo porque las reacciones en sus rostros hablaban por ellos.

De cualquier modo, la ayuda que recibió de Agustín durante la hora de química le sirvió bastante para entender los ejercicios y entregarlos al final de hora, incluso en matemática lo felicitaron cuando pasó al frente a resolver una de las consignas. En ese sentido no fue tan malo, aunque ahora sus profesores esperaban más de él.

Lo que sí fue exasperante fue tenerlo hasta en los recreos a su lado, no podía charlar con las chicas o respirar sin girarse y encontrarse con el rostro del ruludo ese. Y un día podía decir que estaba bien, pero durante toda la semana... ya le estaba rompiendo demasiado los huevos.

Los únicos momentos en que podía respirar de la presencia de Agustín era cuando iba al baño, lugar donde estaba ahora mismo, y en donde se encontraba pensando en qué bicho le pico a su compañero para tenerlo casi como su sombra. Podía ser que por temor a que exponga su secreto luego de que se arrepintiera de haberle confiado algo tan importante. Otra opción era que, luego de su altercado con uno de los de su grupito, lo hayan echado y terminó refugiándose en él. Cosa que, según había logrado hablar con Ari por medio de mensajes de chat el día anterior tendría sentido ya que se lo podrían haber tomado como traición y el rugbier era de los cabecillas.

Cuál sea la razón, estaba harto y deseaba tenerlo a Agustín muy lejos.

El timbre sonó dando finalización al recreo siéndole de señal para volver a su curso. Abrió la puerta del cubículo, miró a sus costados sintiéndose aliviado porque estaba vacío el espacio y salió a lavarse las manos. Frente al espejo, mientras veía su reflejo en medio de diversos garabatos y gotas de agua, se dio ánimos a sí mismo, faltaba poco para que terminara la jornada, dos módulos y libertad.

—Aguanta un poco más, sólo un poco más —Se dijo y se retiró del baño, apenas salió al pasillo se chocó de frente contra Ignacio que sin querer queriendo (o no) le pisó sus zapatillas.

Vaya suerte.

—Mirá a quién me encuentro —Dijo el chico con una sonrisa ladina profundizando el pisotón. Debía agradecer que esas zapatillas le andaban medio grandes y no estaba sintiendo dicha presión —¿Ahora no tenés a tu guardaespaldas?

puntillas de pie a tu corazón {gialen}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora