MI AMIGO ARBUSTO

44 0 0
                                    

Por Mila Brunstein

Después de que la tempestad dijera adiós. Una mañana de primavera sentada bajo un sauce, respiraba lentamente. Abrí mis ojos y lo primero que contemplé fue a un pequeño retozando. Me conmovió verle jugar con la velocidad y el follaje. El eco de sus carcajadas llamaba por completo mi atención. Me hacía sentir chispas sensibles de vida cada una de sus acciones.

Hice inexorable la ocasión de esa aurora sonriente. El entorno era lírico. Una brisa liviana entre arboledas me invitaba a reflexionar. Entonces quise representar vocablos sueltos, utilizando un lápiz de poca punta que por suerte se encontraba en mi cartera.

Esbocé palabras sobre el pliego de una diminuta factura guardada por descuido, sin pensar que sería mi mejor testigo para transcribir tan emotivo hecho... El texto decía -" hoy aprendí a ponerme contenta sin motivos, a seguir soñando a pesar de las decepciones. A qué la inocencia en este mundo, será por siempre el vínculo entre los ángeles y los hombres"-.

Ese día solo necesité un poco de silencio, y mirar el paisaje tanto; cómo los amaneceres. Procuraba mantener un trozo de esperanza en mí existir. Le pedía al universo que me regalará en ese preciso instante todos sus lilas y naranjas. Que no rompiera con los grises mis ilusiones.

Allí permanecía yo, abrazando a ese madero inmortal, que por momentos me ofrecía la capacidad de volver a crecer a partir de una rama caída en ese trozo de tierra húmeda. Ese cuerpo de corteza envejecida con estrías, de largas articulaciones ascendentes, finas y flexibles, de brácteas caducas, en forma de lanzas; que alcanzaba sin equivocarme los 25 metros de altura.

Quería seguir recitando versos en medio de tanto verdor, teniendo como techo las hermosas nubes del cielo, porque estaba disfrutando de la mejor estación. Mis sentimientos afloraban, al igual que mis pasiones y todas las acciones prohibidas. Todo parecía posible, reanudable. Me sentía viva y diligente.

Como las plantas, así crecía mi necesidad de ser feliz. Asocié entonces lo que dijo un día Mario Benedetti - "La piel es de quien la eriza; El alma, de quien la toca"... Y volví a abrazar al gigante sauce!

Fin

 ¿DE QUIÉN ES EL GATO? Y MI AMIGO ARBUSTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora