La princesa amada

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He llorado escribiendo este capítulo. :(

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La vida parecía más pacífica cuando Aemma y Rhaenyra no se odiaban, al menos eso creía el rey.

Ver sus dos debilidades en extremos opuestos lo mantenían tenso.

No fue hasta que dos días después del anuncio de la muerte de Lord Laenor cuando se estaban preparando para volver a La Fortaleza Roja, Rhaenyra anunció que tomaría, finalmente,  Roca Dragón e iniciaría con la preparación de Jacaerys para su reinado.

Eso lo había irritado.

—¡Hablas sandeces, Rhaenyra!

— ¿Por qué motivo, padre?

—¡AEMMA SERA LA REINA DESPUES DE TI!

Rhaenyra negó.

—¡No lo será!

— ¡Te recuerdo que ella es tu hija! ¡Tu primogénita!

— ¡Jacaerys será el Rey, padre! 

El rey se puso de pie mirando a su hija con profundo dolor.

—Vete, no deseo verte más.

 Aquellas palabras parecieron herir más a la princesa de lo que le habría dolido un golpe.

Luego de verla retirarse Viserys paseó de un lado a otro, incómodo, totalmente incapaz de hallarse.

Salió rumbo a la habitación provisional  de su querida Aemma.

—Su majestad.— Dijo un guardia.— La princesa no se encuentra aquí.

El Rey suspiró.

— ¿Dónde está?

— Se le vio en la costa.

El Rey salió seguido por sus guardias hasta el balcón más cercano, su querida hija se encontraba en el mar, con el agua hasta las rodillas en la embravecida marea.

Aemma lloraba con auténtico dolor.

Su delicado cuerpo temblaba en cada sollozo y su rostro se encontraba cubierto de lágrimas.

Recordaba su última conversación con Laenor, su padre, acarició con las yemas de sus dedos el collar de su padre con aquella enorme gema que ella siempre había admirado.

—¿Ser Laenor?

El hombre sonrió mientras se sentaba en su cama.

— Mi preciosa princesa.—Dijo con cariño mientras pasaba sus dedos entre sus pálidos cabellos.¿Sabes que te amo?

 Aemma asintió conmovida, su relación no era tan cercana como con su padre, Viserys, aún así existía, lo amaba profundamente porque si de algo estaba segura era de que a él le importaba.

Ella era su primogénita y lo había dejado claro todos esos años en los que la cuido y educó para ser una reina digna.

—Yo también te amo, padre. Aquello pareció conmover al hombre quien sollozó contra su hombro.

—Nunca olvides que eres mi hija, mi primogénita, mi más grande orgullo.— Tomó tu rostro y unió sus frentes. —No importa que suceda yo estaré contigo siempre.

Sus rodillas flaquearon cayendo entre las bravas olas del mar, sus lágrimas se unieron a donde pertenecían, donde su padre se había perdido días antes, se unieron al agua salada que corría por sus venas.

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