14: Posibilidad vs. Probabilidad

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CAPÍTULO 14: POSIBILIDAD VS. PROBABILIDAD

21 de septiembre de 1984

Merry Hills, Texas

Mi tía en San Antonio solía decirme que el punto de tener una biblioteca no es haber leído cada uno de los libros, sino, por el contrario, siempre tener libros sin leer; y hacía ya un considerable tiempo desde que me di cuenta de que había caído en lo primero, y de que por ende necesitaba comprar un libro que no hubiera leído antes. Pues esa semana le pedí dinero a papá, fui a la librería y finalmente lo hice. Compré Rabia, de Richard Bachman.

La verdad, lo compré en gran medida porque no había entendido a qué se refería Terry cuando me mostró aquella frase subrayada, y esa fue una de las cosas que me quitó el sueño las noches siguientes. Él no asistió a clases esa semana, por cierto, así que todavía no tenía claro cómo debía tratarlo; pero Michelle sí, y no me la encontré hasta el viernes, cuando estaba leyendo el libro en una de las mesas de la biblioteca y se sentó a mi lado. Tuve que usar la lectura como excusa para no levantar la mirada mientras hablaba con ella, porque estaba tan cerca de mí como el doctor en el banco y me incomodaba mirarla a los ojos, aunque tampoco podía leer, porque no paraba de hablarme sobre que podía contar con ella si necesitaba hablar sobre lo que sucedió y toda esa basura, de modo que sólo podía pasear los ojos por las palabras pero sin procesarlas. Y digo basura, porque me daba la sensación de que lo hacía por más curiosidad que genuina consternación. A veces podía pensar muy, muy feo de las intenciones de la gente. Sé que está mal. Sigo tratando de mejorarlo.

—¿Te hizo daño, Beverly?

Entonces quería llorar. No sé por qué las preguntas de esa índole me hacen querer llorar. Es odioso, en serio. No pude responderle, pero no paró de hablar, de cualquier forma. Recuerdo que yo estaba moviendo mucho las rodillas bajo la mesa, y por eso mi cuerpo entero se movía como la marea que sube y baja. Luego cayó una lágrima en el libro, y eso me avergonzó demasiado porque entonces Michelle puso su mano en mi brazo y mi instinto fue pegarle y observarla a los ojos con este gesto de niña que se acaba de caer del monopatín y tiene un raspón en el brazo. No le pegué tan fuerte como lo recuerdo, creo. Luego dejé de cuestionar tanto sus intenciones, porque se quedó acompañándome en silencio. Digo, si yo hubiera pasado tanto tiempo tratando de consolar a alguien y esa persona me hubiera pegado en la mano, lo más probable es que me hubiera puesto de pie y lo hubiera dejado sufrir solo. Algo así como un castigo. Mi sentido de la justicia es un poco ambiguo.

Lo cierto es que me quedé leyendo, pero esta vez en serio leyendo, porque Michelle no dijo más nada mientras yo leía y lloraba. No me importó mucho mojar el libro, porque a final de cuentas era mío, y no me sentía en la obligación terminante de cuidarlo como a una zapatilla de cristal. Me puso un poco triste, cuando lo pensé, mi tendencia a tener más cuidado con las cosas ajenas que con las mías propias. Uno no debería cuidar las cosas de los demás con más religión que las de uno mismo, pero en ese momento no podía saberlo. Sólo era como era porque me importaba muy poco lo mío. Esa mañana agradecí a Michelle, por nada en particular. Sólo le dije «gracias, Michelle», cuando sonó el timbre y fue hora de irnos. Quiero creer que, entre tanto, le estaba agradeciendo por su tiempo. Creo que de cierto modo lo valoraba más que el mío.

Esa mañana, a pesar de que Colt me había ofrecido llevarme a la escuela, en verdad le apetecía caminar a solas. Luego, en la salida, le dije que iría a pasear en el huerto de los Carlton, porque sabía que no insistiría en acompañarme si se trataba de ver calabazas. El punto es que al salir de nuestra calle, divisé una silueta que se parecía demasiado a Frances como para no ser ella.

Uno es multitud #PGP2024Where stories live. Discover now