40. Vamos, por mamá

24 4 3
                                    

—P-pero el tiempo de, de la clase se a acabado —excusa el pelinegro allá atrás—, incluso nos hemos tomado diez minutos de más.

—Lo sé, muchacho, pero no puedo dejarte para otro día.

—¿Seguro? —cuestiono, mi voz sale varios tonos más aguda de lo normal.

Este asintió, desgraciadamente muy seguro.

Rayos.

—Concedale el asiento al señor Adams, por favor.

Pasé saliva, abriendo la puerta a la misma vez que Percy.

Tuvimos un intercambio rápido de miradas afuera. «¡Ayúdame!» pedía la suya, más bien lo suplicaba, su piel volvía a parecer como si se hubiera dado un baño de cera. Yo no pude hacer otra cosa que mover la boca en un balbuceo que no salió.

Tomé su lugar atrás y él de conductor adelante.

—Bien, encienda el motor, por favor —Percy no lo hace, está petrificado—, encienda el motor, señor Adams.

Me incliné ligeramente hacia adelante y sobre el espaldar del asiento pasé mi mano para ponerla en su hombro. Estaba tenso.

—Tú puedes, Percy.

Inhala con lentitud, cumpliendo la orden del instructor. Pude notar que su mano temblaba nerviosa.

Salir de esta situación es imposible.

—Diríjase a la calle —indican, a Percy le cuesta hacer caso, pero lo hace—. Bien, muy bien, siga avanzando y detengase en el próximo semáforo.

»Señorita Seavey, ¿Me haría el favor de ponerse el cinturón de seguridad?

—Pero yo...

—No queremos accidentes.

Hubo un frenazo repentino que me llevó a impactar mi nariz contra la parte trasera de la cabecera del asiento de conductor. Dolió y mucho, debo decir.

—¡Perceval! —le regaña el instructor.

—Yo... l-lo siento, señor... No quise...

—Está bien, está bien. Descuida —me mira a mí, que sobo mi pobre nariz golpeada—. Por favor, póngase el cinturón de seguridad.

Hice caso sin más, no quiero otro golpe y terminar con la nariz rota.

—Usted continúe, señor Adams.

—Pero es que yo no...

—Dale, Percy, rápido, quiero ir a comer —dijo Hugo fastidiado, incluso rodó los ojos.

—Nadie se quejó contigo, Hugo, por muchos frenazos que diste, ten paciencia con él —le espeté.

Arqueó una ceja hacia mí, un claro gesto arisco que devolví con algo más de «Habla otra vez, y te callo a manotazos» bien remarcado.

—Lo que sea... —resopló, mirando hacia la calle.

Mientras tanto, Percy vuelve al ruedo manejado con una lentitud exagerada, la única vista que tengo de su cara es por el espejo retrovisor, y esa expresión suya jamás se me va a olvidar, es una mezcla de miedo combinado con nervios. Gotas de sudor le caen por las sientes. No lo está pasando bien, en lo absoluto, y no hay nada que yo pueda hacer para ayudarlo.

Me siento inútil ahora.

—Aumente la velocidad.

Percy lo hizo, su mano sobre la palanca de velocidades tiembla.

¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?

—Muy bien, señor Adams —él dejó ir una risa tensa—. Ahora, giré hacia la izquierda.

A Través De Mis Ojos Where stories live. Discover now