Capitulo 23

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Cuando cayó al fin el telón ante la atronadora aclamación de público, Peter sonrió al ver a Lali levantarse de un brinco del asiento para aplaudir con entusiasmo la función. Tras las últimas reverencias, los asistentes empezaron a abandonar el teatro y Lali se volvió hacia Peter, colorada de emoción.

—Ha sido maravilloso —dijo, resplandeciente. Aunque ciertamente había sido maravilloso, él habría hecho cualquier cosa por verla sonreír de aquel modo.

—Me alegro de que te haya gustado. —Le propuso que se tomaran otra copa de champán en tanto esperaban a que se despejara el teatro. Mientras él servía las copas, ella comparaba, risueña, aquella interpretación con las obras que había visto en Bergenschloss.

—Frau Batenhorst tuvo la buena suerte de ver una obra de teatro en Múnich, de niña, y, desde entonces, estaba convencida de que toda actriz que se preciara debía llevar plumas de avestruz, independientemente del papel que representara. Creo que jamás olvidaré el día que hizo de esposa de un granjero pobre, con aquel penacho de plumas de avestruz saliéndole por todas partes.

Peter rió, contagiado de la risa embelesadora de ella. Aquélla estaba siendo, se dijo, una de las noches más agradables que había pasado nunca.

—¡Grafn Bergen! De momento.

Molesto, Peter miró por encima de su hombro al gigante alemán y frunció el ceño por la intrusión, pero su sangre empezó a hervir cuando Lali le dedicó una sonrisa de oreja a oreja al forastero.

—¡Máximo! —exclamó—. ¡Qué sorpresa!

A Peter le dolió que Lali llamase tan alegremente a aquel monstruo por su nombre de pila.

—Perdona la intrusión, pero te he visto desde allí —comentó señalando vagamente al otro lado del pasillo.

—Ah —murmuró Lali, sonrojándose de forma curiosa.

Bergen posó sus fríos ojos en Peter y lo escudriñó descaradamente antes de comentarle a Lali, en alemán, que no sabía que fuese amiga particular del duque. Esta titubeó, luego sonrió cortésmente. Le respondió en alemán que ella era amiga particular de su tía, lady Paddington, que estaba de visita en otro palco. Una sonrisa de suficiencia arrugó el rostro del conde al percatarse de que la anciana probablemente no fuese consciente de la amistad entre ellos, dado que se había quedado en otro palco toda la función y acababa de marcharse con sus amigas.

A Peter le habría gustado hacerle tragar al conde su sonrisa de suficiencia.

—Por lo visto, el conde de Bergen no entiende que en Inglaterra una viuda no precisa una carabina permanente. Claro que los alemanes no son conocidos por su agudeza mental —dijo con frialdad, disfrutando del gesto de asombro que se apoderó del rostro de aquel animal al darse cuenta de que no se equivocaba al juzgar la relación de Peter y Lali,

Ella miró ceñuda al duque, pero eso no lo hizo arrepentirse en absoluto. Al contrario, lo indignó.
Los ojos del conde se fruncieron peligrosamente.

—Quizá no. Pero a los alemanes se nos conoce por nuestra... Rittertum.

Hizo una pausa y miró a Lali en busca de la palabra correcta.

—Caballerosidad —le susurró ella palideciendo.

—Caballerosidad. No permitimos que nuestras mujeres se vean en situaciones cuestionables —concluyó Bergen.

—¿En serio? Supongo que es preferible tenerlas controladas en todo momento, hasta el punto de vigilar todos sus movimientos —espetó Peter fríamente.

Lali, a su lado, frunció aún más el cejo.

—Los bávaros son muy respetuosos con sus mujeres —repuso ella, con una voz serena que contradecía la furia asesina de su mirada.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora