Capítulo LI

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No era el único que quería huir de aquella sala de estar plagada de víboras con sed de sangre. La expresión incómoda de Dion, sus gestos nerviosos y su carraspeo incesante, me daban a entender que su mente estaba planeando exactamente lo mismo que yo.
   Salir corriendo sin mirar atrás.
   Y es que, como juego de cumpleaños, Neri había tenido la gran idea de vestir a los gemelos con la misma ropa, vendarme los ojos para no saber quién era quién y “obligarme” a seleccionar al verdadero Dion. El problema era que la ropa no eran una simple camiseta y unos pantalones del mismo color, sino un disfraz de Pikachu para cada uno.
   Dimas pareció más emocionado cuando la morena le tendió la bolsa con las prendas de vestir, sin embargo, Dion había quedado en estado de shock y no sabía si reír, llorar, gritar, golpear a mis amigos o salir cagando leches de mi casa para no volver nunca jamás. Lo cual era bastante comprensible si te parabas a pensarlo unos segundos.
   Cuando Kéven se colocó tras de mí y me vendó los ojos con el opaco pañuelo, no pude evitar ponerlos en blanco. ¿Qué tenía de divertido adivinar entre los dos gemelos?
   Ah, sí, claro.
   El hecho de haberme enamorado de uno de ellos y de haber besado al otro suscitaba bastante dicha para lo demás. Pude escuchar hasta la carcajada de Tylou resonar en mi mente una y otra vez, alegando que me iba a resultar imposible llevar a cabo tal hazaña. Eran unos malditos sabuesos con ganas de carne fresca; y yo era la representación perfecta de esa carne fresca. No era gracioso para la víctima de todo aquello. ¡Se suponía que era mi cumpleaños, no mi condena por ser un jodido acosador roba besos!
   Vale, francamente, eso sonó fatal en mi cabeza conforme lo pensaba. Y me lo tenía merecido, pero yo creo que ya había pagado suficiente considerando que horas atrás había recibido dos puñetazos. Más mi larga lista de tropiezos pasados.
   El karma ya me estaba poniendo en mi sitio, ¿por qué ellos tenían que hacerlo también?
   En cualquier caso, con mi mente divagando, noté cómo una mano me agarró del brazo y lo apretó con fuerza para después lanzarme hacia adelante. No caí gracias a un musculado cuerpo que se interpuso entre el mío y el suelo. Aunque he de admitir que me hice un daño considerable cuando mi nariz chocó con sus abdominales. La froté con suavidad mientras soltaba un lastimoso quejido. La disculpa entre carcajadas de Kéven me hizo suponer que él había sido el del empujón. No lo estrangulé en el momento porque no podía verlo, pero oraba con todas mis fuerzas a los dioses para que Mutante se hiciera cargo y me vengara con sus pequeñas garras destroza pieles.

   —Bueno, venga —me alentó Waldo con un ánimo exageradamente entusiasta. Casi pude escuchar a Dion gruñir cual mastodonte enojado, o puede que quizá sí lo escuchara y no fuera un mero producto de mi imaginación—. Justo enfrente tienes a tu primer candidato, cumpleañero. Tócalo, manoséalo, exprime su esencia, acaricia su piel, masajea su cabello, roza sus labios si te atrev-
   —Eso supera los límites de mi paciencia, Rodríguez —lo regañé, apuntando hacia algún lado con el dedo índice, como si lo estuviera señalando. Aunque, con mi suerte, seguramente había señalado el cuadro de mis abuelos asiáticos que papá había colgado en el salón las navidades pasadas—. Creo que los besos están a un paso de la extinción por mi parte. Sobre todo, después de los malentendidos que han sucedido en los últimos meses.

   Escuché a mi hermano carcajearse. Cómo deseaba poder asesinarlo con la mirada o enarcarle una ceja para que cerrara el pico de una maldita vez. Aunque, seamos honestos, no habría funcionado. Ese chaval tenía un pico de oro y le encantaba usarlo para hundirme en la miseria.

   —Los acosadores no dejan de serlo de la noche a la mañana —comentó con mofa.

   O quizá maldecirlo con alguna muñeca de vudú. Eso habría servido sin duda alguna; lo habría mantenido a raya.
   Suspiré, rendido, y dejé que mis manos hicieran el trabajo por inercia. Comencé paseando los dedos por el rostro de uno de los hermanos. Lo cierto era que aquello no se trataba más que de un simple juego para comprobar si realmente Dion me gustaba lo suficiente como para poder distinguirlo de su gemelo. Pero, ¿cómo hacerlo? Eran franca y genéticamente iguales. No podía ganar a la ciencia solo con un par de manos y diez dedos; no tenía visión láser –aunque ojalá–.
   Mis dedos acariciaron su frente, sus mejillas, sus labios… Bajaron de forma suave y cautelosa por la cara de la primera “víctima”. Lo percibí normal, sin nada que pudiera darme una pista de cuál de los gemelos era. Ambos llevaban una barba de dos días (seguramente a propósito para hacer ese maldito “juego”), tenían la piel aterciopelada y gozaban de la misma nariz recta y de punta redonda que habían heredado de su padre.

   —Manos fuera, caballero. Es el turno del siguiente modelo —escuché la voz de Kéven, su aliento casi contra mi nuca.
   —No sé qué es más divertido —comentó mi hermano desde más lejos. Supuse que se encontraba sentado en el sofá, observando todo con la diversión propia de quien no es protagonista de una situación tan jodidamente comprometedora—, si ver a Simon toquitear a su amor platónico y a su gemelo, o tratar de adivinar qué puede haber dentro de ese regalo envuelto con papel rojo mientras veo a Simon toquitear a los gemelos.

   Neri rio por lo bajo, pero mi sentido del oído parecía haberse agudizado al haberme cegado con aquel pañuelo. Así que me giré en la dirección en que había escuchado ese tintineo tan gracioso y pasé el dedo índice por mi cuello, como dando a entender una posible degollación.

   —Estaré ciego, pero no sordo —sentencié entre dientes.
   —Madre mía, te entretienes más que Kéven cuando se propone salir de fiesta y ligar con cualquier persona que se le cruce por el camino. Maquillaje, lentejuelas, brillos… ¿cabello peinado o casual? En realidad, se lo peina igualmente. —En la oscuridad de la venda que tapaba mis vista, pude ver a Neri con los ojos en blanco.

   Waldo agarró mi mano y me arrastró hacia el siguiente hermano. Escuché su respiración tranquila y parsimoniosa, como si no le importara en absoluto que toquitearan su rostro en un absurdo juego de cumpleaños. Aquello me llevó a pensar que no podía tratarse del malhumorado, porque él era demasiado majestuoso, elegante e impecable como para que las sucias manos de un mero plebeyo mortal lo tocaran.
   Realmente hacía el ridículo, ¿verdad? ¿Por qué mi vida era tan sumamente irracional, tan surrealista?
   Me encontré a mí mismo en un limbo con dos ángeles asomando por mis hombros, pero no eran el ángel bueno y el ángel malo. Eran dos mini Dion juzgándome con esa mirada tan impertérrita y señalándome con el dedo para burlarse de mí. Seguro que estaba disfrutando a lo grande con tan solo verme cual pato mareado.

   —¿Vas a quedarte ahí parado? —cuestionó Ten con sorna.

   Refunfuñé al mismo tiempo en que extendía el brazo para que mis dedos pudieran alcanzar el rostro del gemelo encubierto. Sin embargo, justo cuando la punta de mi índice palpó su piel, un calambre recorrió mi piel y me hizo dar un salto en mi lugar.

   —¡Joder! —maldije. Los demás se rieron en sonoras carcajadas—. Este. Es este. Dion es este ser demoníaco que ha conjurado toda su magia negra para electrocutarme con un relámpago del infierno.

   Me quité el pañuelo de golpe y lo enfrenté con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Él sonrió de medio lado y apoyó el peso de su cuerpo en una pierna.

   —¡Oye, eso no vale! —gritó Kéven cuando me vio hacer aquello—. ¿¡Cómo diantres lo has sabido!?
   —¿De verdad crees que me molestaría en invocar un poder semejante únicamente para derrocharlo contigo? —ironizó sin molestarse en responder al comentario de mi mejor amigo—. Además, si de verdad tuviera ese don, te habría calcinado enterito para no tener que seguir viendo tu cara.

   Enarqué una ceja al mismo tiempo en que escuché a los demás carcajearse por lo bajo. Les lancé a todos una mirada fulminante y, posteriormente, me volví de nuevo hacia Dion, quien dibujaba una sonrisa de suficiencia en la boca.

   —¿Y los veinte euros la hora por las clases particulares?
   —Qué astuto, pero creo que tu madre me seguiría pagando solo por haberte hecho desaparecer de la faz de la tierra. Estaría muy tranquila, eso seguro —se burló. Abrí los ojos de par en par y la boca en forma de “o”—. No te hagas la víctima, que tú eres mil veces peor cuando te burlas de mí. Si no fuera yo, mi autoestima estaría por los suelos; pero, gracias a Dios, sí soy yo. Además, relacionarme con Satán quizá no es tan malo como parece.
   —¡Dion! ¡Que a ti te dé igual no significa que a tu gemelo también! —vociferó Dimas al mismo tiempo en que golpeaba su brazo con bastante fuerza—. Yo no quiero que mi alma esté ligada al Señor del Infierno. ¿Es que no has visto ninguna película de terror?
   —Respeta a Satán, Dion, que luego envía sus demonios a tu casa por la noche y acabas poseído —comentó Ten desde su asiento en el sofá—. Haces bien teniéndole miedo, Dimas, me siento muy identificado contigo en ese aspecto.

   Recordé su expresión de cordero degollado cuando se metió en mi cama porque un gato estaba arañando la ventana de la cocina. Aunque, claro, al principio no sabíamos que era un gato, y recién acabábamos de ver una película de terror.

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⏰ Last updated: May 11 ⏰

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Simon diceWhere stories live. Discover now