Capítulo 8. Donar

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8: Donar

Mi abuela se veía igual que antes, que cuando la había dejado para ir a buscar a mi padre

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Mi abuela se veía igual que antes, que cuando la había dejado para ir a buscar a mi padre. Apenas si se notaba que respiraba y su semblante era pálido, pese a toda la sangre que le habían dado.

Mi tío Sam y Aleksi entraron a la habitación detrás de mí y por un momento los dos contuvieron el aire. Mi abuelo también seguía en la misma posición, en el sillón, con los ojos clavados en su esposa. Esa era una imagen que ninguno de los dos esperaba.

—Papá —saludó Sam, pero Benjamín White no le contestó—. Clarisse está aquí.

Mi abuelo apenas si asintió con la cabeza y yo le dirigí una mirada preocupada a Aleksi antes de rodear la cama y sentarme junto a las piernas de mi abuela. ¿Eso era lo que pasaba realmente cuando perdías a tu marca? ¿Te volvías un muerto en vida? ¿Eso estaba sintiendo mi padre con la muerte de mi madre? Tal vez ellos no eran marcas, pero su amor iba más allá de eso.

Sacudí la cabeza. No quería distraerme otra vez con pensamientos de ese tipo. Preguntarme de nuevo cómo estaba llevando mi padre esa perdida al abandonarnos a Elliot y a mí no me serviría de nada. Al fina y al cabo, ambos éramos adultos. Yo había clamado ser una adulta muchas veces ya.

Tomé la muñeca de mi abuela y traté de concentrarme en ella. A diferencia de las personas presentes en el cuarto, mi abuela era dueña de un silencio mudo. No pude captar sueños, siquiera, ni forzándome dentro de los límites de tu mente.

Me estremecí cuando pasé por los muros, el vacío era tan helado como oscuro y me aterró no encontrar nada ahí. Me deslicé por su consciencia, buscando cualquier rastro de ella, pero solo me topé una y otra vez con un universo quieto que no tenía fin.

«Parece muerta», pensé, con el llanto a punto de apoderarse de mí. Apreté los labios y, negándome esa verdad, indagué más, profundicé. Me hundí en los pozos desiertos, arañé la superficie hasta encontrar pliegues en esa mente. Mi abuela tenía que estar en algún lado y buscaría hasta encontrarla.

Perdí enseguida la noción del tiempo mientras daba vueltas, mientras recorría pasadizos, mientras buscaba cualquier señal, cualquier luz en esa eterna noche. Apenas si me percaté de Aleksi sentándose a mi lado, dándome su apoyo al masajearme la espalda, susurrándome palabras alentadoras. Llegó un punto donde me sentí tan perdida ahí dentro que pensé que no sabría cómo volver a salir, como regresar a mi propio cuerpo. Y si Aleksi no hubiese estado tocándome, probablemente lo habría hecho.

—Conejita —escuché su voz, lejana, empañada por mi largo trayecto en la cabeza de mi abuela—. Ha pasado más de una hora.

Noté la preocupación en su tono. Su preocupación se volvió la mía cuando me dije que llevaba tanto tiempo ahí y no había encontrado nada que pudiera ayudar. Tuve deseos de gritar de la frustración y, en vez de regresar, de seguir el sonido de su voz, me aferré. Si me había tomado más de una hora en llegar hasta ahí, ¿cuánto me tomaría seguir recorriendo la vasta mente de mi abuela? No podía detenerme, no podía volver al principio.

Hodeskalle [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora