Mis pasos bailarines se acercan merodeando hacia tu lugar, mis manos se escurren de mis bolsillos como el agua intentando volver al mar. Mí cuerpo se acerca al tuyo de una y mil formas; mí mano te toca, mí hombro te presiona, mí cabeza te empuja, mis dedos te acarician. Mis pensamientos te miran atentos a cualquier movimiento que puedas hacer, mí corazón bombea al ritmo de tu habla. Pero amor mío, vos solo sonreís y seguís hacia adelante. Tus palabras chocan con mis tambores, nuestras pieles se unen como plastilina y nuestros ojos se pegan, hasta cosen, haciendo tan feliz a nuestro deseo de querernos de que por un momento lo olvidamos y disfrutamos estar cumpliendo la sentencia de algo inaudito. Pero seguís hacia adelante, seguís caminando sin frenar, pero tenés la osadía de mirarme dulcemente esperando a quien sea yo la que avance, que sea yo la que acepte que no hay que quedarse dentro de ese bucle de deseos cumplidos, quien rompa la burbuja. Si ya hemos pecado una vez, ¿Qué nos mantiene lejos del infierno? ¿Es la costumbre capaz?
Y maldito sea mí amor, que caiga en este abismo junto a mí. Este amor que te acaricia con dulzura y te cuida de mis maldades. Este amor que llora contento si tu alegría prevalece. Este amor que pelea, que sufre, que derrota a mí más fiel idea de lo que está bien. Goloso sentimiento, esperando con ansias, afán de amarte y tenerte. Mis deseos no son misericordiosos, ellos quieren hacerme sufrir, mis deseos son un castigo de mí primera acción caprichosa o capaz, de mí forma de verte. Quiero tocarte, olerte, sentirte, besarte, amarte, hablarte, quiero que me ames, quiero gustarte, quiero que desees hacer comigo lo que yo deseo hacer contigo. Y mí cuerpo se acerca, danza junto al tuyo, vos me respondes; ambos generan un compás, nuestros sentidos se afilan y miran en la misma dirección, perdidos pero sin importarles esta condición, nuestro deseo está guardado por suerte; solo a veces; en la misma caja. Al menos ellos se pueden amar, cosa que nosotros no.
