7. Provocaciones a la muerte

81 8 0
                                    

Es la segunda noche en el palacio y no ha parado de llover, los estruendosos relámpagos hacen retumbar las paredes. Son las once de la noche y no he podido cerrar los ojos ni un segundo. No sé si es porque Nott —dios de la lluvia— ha decidido hacer una gran aparición esta noche, o simplemente porque hoy después del entrenamiento descubrí que los prisioneros que no consiguen redimir sus penas, son llevados a la guillotina.

De alguna forma eso empeora la visión que tengo sobre Harelton. Y también me pone nerviosa, porque sé que si cometo cualquier error estando aquí, puedo terminar sin cabeza.

Y cuando por fin el sueño logra abrazarme, la pesadilla también hace acto de presencia.

El pasto de la colina sobre la cima de la montaña que ya tanto conozco aparece conforme mi visión se va aclarando con el paso de los segundos. Una ráfaga de viento me golpea de pronto, causando que me abrace a mí misma. Nunca he encontrado una forma de salir de este lugar y por más que busco a mis alrededores, no hay escapatoria.

De pronto se escucha el silbido que anuncia su llegada. Mi cuerpo está demasiado tenso por el frío, y por el miedo, apenas y puedo moverme cuando entre una nube de neblina se abre paso aquel hombre con túnica.

«¿Quién es? ¿Quién es? ¡¿Quién es?!»

Sin embargo, nunca sé de quién se trata. Es un misterio que he tenido por años ya. Nunca le he podido ver la cara.

Él extiende sus manos y la neblina se arremolina alrededor de nosotros, él la controla, impidiéndome escapar de aquello que me tiene que decir. El ojo del huracán blanquecino se empieza a cerrar conforme va acercándose a mí y yo no puedo hacer nada, es como si no pudiera controlar mis acciones.

Siempre murmura algo, nunca lo entiendo. Y mi mente entra en una crisis de querer comprender aquellas palabras. Casi como si mis oídos tuvieran algún tipo de barrera que hiciera incomprensibles las palabras y dejara paso a unas cuantas. Es desesperante.

Empero, el hombre desaparece entre la oscuridad antes de poder preguntarle siquiera qué es lo que está diciendo.

Muerte.

Tiempo.

Elección.

Es lo único que me ha quedado de aquella atormentante pesadilla.

—¿Siempre duerme de esa manera tan desagradable?

Se me eriza el vello de todo el cuerpo cuando escucho esa voz tan profunda y masculina, despertándome completamente al instante. Me giro de golpe y encuentro a aquel hombre que había pedido a los dioses no volverme a encontrar nunca; está a un lado mío, en una silla, como si hubiese permanecido ahí un largo tiempo antes de que me despertara.

—¿Cuánto tiempo lleva ahí?

—Recién llego. —Miente, sé que miente, algo de su mirada me lo dice. Y él sabe que me doy cuenta de ello—. Ya no se mira tan mal. —Se refiere al golpe de mi cara. Me limito a asentir—. ¿Qué es lo que la atormenta en su sueño?

—Nada que pueda usted entender —digo con malhumor, pero luego caigo en cuenta que es el rey de quien se trata.

—¿Qué significa el tatuaje? —vuelve a preguntar ante mi tono hostil, y veo que ya no tiene tanta paciencia.

—Hace muchas preguntas.

Pero yo no puedo quitarme ese tono. Simplemente me desagrada el rey, no puedo convivir con él.

—Ha captado mi curiosidad, es todo. Eso no ocurre mucho a decir verdad. Mucho menos si es alguien como... usted.

—¿Como yo? —inquiero toscamente—. Así que soy alguien anormal.

Mi maldita perdiciónOnde histórias criam vida. Descubra agora