Capítulo 8.

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RUTH:

Llegamos a la hacienda Oviedo, nos recibieron, fuimos a su sala y esperamos pacientemente a qué volvieran de buscar a Antonio que estaba en las caballerizas.

Mi padre me tenía de la mano y Agusto estaba bastante serio e ignoraba completamente a mi madre cuando quería hablarle o dirigirle la palabra. Mi madre me veía como si hubiera cometido el peor de los crímenes al decir algo horrible de Antonio.

Esperamos unos 5 minutos en que ellos llegaban a la sala. Cuando llegaron, los tres se sentaron en frente de nosotros y nos miraron con una sonrisa. -excepto Antonio que seguramente ya sabía lo que le esperaba-. Su padre suspiro y con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

—Es un placer tenerlos aquí nuevamente.

—Gracias por recibirnos en su casa sin aviso previo. —mamá sonrío y me miró—. Queríamos hablar con ustedes de algo que estuvo preocupando a mi esposo y hijo, algo que asegura mi hija sobre su hijo, Antonio.
—después de decir su nombre ella sonrió.

Antonio jugaba con sus dedos y en ningún momento fue capaz de levantar la mirada, y enfrentarnos.

—¿Qué cosa? —dijo la madre y me miró sonriendo, como mamá hacía con Antonio.

—Que su hijo intento abusar de mi hermanita. —dijo de repente Agusto.

Antonio abrió los ojos como platos y después miro a los padres que estaban con la boca abierta por lo que había dicho mi hermano.

—¿Cómo?

—Lo que escucho, no queremos armar un problema gigante pero si exigimos que mínimo se entregue y pague lo que hizo.—mi padre lo miro a Antonio y lo señaló—. No tenías ningún derecho de hacer lo que hiciste, no tenías ningún permiso, no sé cómo te atreviste a ponerle un solo dedo encima a mi hija... Nunca creí que fueras una persona así, Antonio. Estoy decepcionado y sorprendido por lo poco hombre que eres.

El padre de Antonio se levantó y camino hacia Antonio que todavía no levantaba la cabeza y seguía mirando sus dedos.

—Mirame, Antonio. —dijo, pero cuando Antonio no lo miro, volvió a repetirlo pero está vez más fuerte—. ¡Qué me mires!
—Antonio levanto la cabeza y lo miro—. ¿Tu hiciste eso, es verdad lo que dicen?

—Antonio, dime qué no es verdad. —dijo la madre con lágrimas en los ojos.

Antonio no respondía, solamente intentaba mirar hacia otro lugar en dónde no estuvieran sus padres.

—¡Responde! —dijo y le agarro la cara para que lo mirará.

—No.

Me quedé sin respiración cuando dijo eso, un no, ¡Estaba mintiendo!

—No... voy a hablar de esto con la familia de Ruth presente, papá.

Ah, no estaba mintiendo.

—¿Quien te crees? —dijo mi hermano—. Tenemos derecho a escuchar lo que vas a decir porque somos la familia de la víctima. ¿Quien te piensas que eres para exigir con quién hablar? No estás en esas circunstancias, Antonio. No tienes derecho.

—Voy a hablar solamente con mis padres, con nadie más. Y si no, no lo haré tampoco con ellos. Luego de que hable con mis padres, si les daré respuestas a ustedes, pero antes no.

—Inútil. —dijo mi hermano.

—Hablaremos con el a solas y luego vendremos a hablar con ustedes, por favor entiendanos a nosotros como padres. —dijo la madre de Antonio llorando.

—Está bien. —dije—. Que hablen todo lo que quieran, nosotros nos iremos a nuestra hacienda y solamente tienen tiempo de ir hasta antes de que pase el mediodía de mañana. No habrá más tiempo que ese. —mire a mi papá y hermano—. Yo sé todo lo que paso ese día, si el quiere mentir o decir algo que no es, yo lo voy a desmentir y a decir exactamente como fue todo ese día.
Vámonos a casa, estar cerca de el me da asco.

Pasión de Gavilanes (novela con Juan David)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora