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—Aquí tiene, Señor Uppercrust —dijo el secretario, sacando un papel de una carpeta y extendiéndomelo a través del escritorio de caoba—. El profesor dejó un mensaje para usted. Dice que espera más en el siguiente examen.

No me malentiendan. Yo ya estaba preparado mentalmente para una nota baja, porque sabía que no había sido mi mejor examen en bastante tiempo.
Pero aun así me quedé helado cuando vi el resultado.

¡Treinta puntos!
¡Treinta malditos puntos, de cien!

A ver...
Jamás entendí porqué era necesario que yo aprendiera tanta porquería con números para mentir y divagar delante de un juez, pero ni siquiera el dinero de mi padre sirvió para persuadir al jefe de carrera de enviarme a otra clase complementaria en compensación de los créditos, porque era matemática muy básica y tenía que aprenderla a como de lugar.
El asunto es que resultó ser que yo era imbécil.

Me rendí, no iba a aprobar, no con esa nota. Necesitaba un noventa para pasar y eso era imposible para un tonto como yo. Ni siquiera podía hacer trampa porque no entendía cómo siquiera usar los apuntes que copiaba bajo la mesa.

Estaba perdido. Sólo pude pensar en cómo se lo iba decir a mi padre. Salí del cuadrado blanco, lleno de hongos y libreros, que formaba la oficina del secretario, y luego de cerrar la puerta, me quedé un largo rato de pie en el oscuro pasillo, junto a dos plantas de plástico, un papelero de mimbre y un banco para dos personas.

Treinta puntos.
Yo sólo valía treinta puntos.

Mi cabeza empezó a dar vueltas sin parar. Leía mis respuestas y trataba de entender las correcciones del maestro, con la esperanza de aprender algo de ellas, pero no entendí nada.

Frustrado, arrugué el papel y lo arrojé detrás de mi espalda. Estaba por darle al cesto de basura, pero alguien interfirió en el camino.

—¡Treinta puntos! Esto sí que no me lo esperaba de ti.

Lo primero que pensé fue que ya había visto esto en alguna parte, tal vez en una de esas series de los 90's que Anelyse y yo veíamos por la tarde después de la escuela.
¿Sailor Moon, quizá?

Me volteé. Max Goof estaba allí. Había atrapado la bolita de papel y la estaba desarrugando para verla. Seguía mis respuestas con curiosidad.

—¡Dame eso! —le grité.

Le quité mi examen y lo estrujé con mis dedos. Esta vez lo aseguré en mi bolsillo.

—¡No te metas en lo que no te importa! —le amenacé.

—Tranquilo, Brad —dijo él, divertido—. Sólo es un exam-

—¡No me llames así! —exclamé.

Sólo en ese momento pareció notar cuánto realmente me afectaba el asunto.

—O-Oye, —habló, un poco nervioso. Vi que tenía la intención de poner su mano en mi hombro y me aparté de su alcance— ¿estás bien?

—¡No! —vociferé.

Quería decirle que me dejara en paz pero me desmoroné a medio camino y las lágrimas ya me corrían por la cara cuando me di cuenta.

—Maldición, claro que no... —dije, cubriéndome el rostro con las manos y agarrándome el cabello, desesperado—. Treinta puntos...

—Brad... —dijo, pasando su mano por mi espalda—. Es un examen. Aún puedes remontar en el siguiente.

Vi sus buenas intenciones, pero sólo me hizo sentir peor. Primero, porque yo ya estaba resigando a que no iba a remontar. Y segundo, porque me llamó por ese estúpido apodo que todos mis amigos tienen absolutamente prohibido.

Me hace sentir pequeño.

—Déjame en paz, novato. —le ordené—. No estoy de humor.

—Lo siento.

—Y por cierto —seguí, alzando la mirada y señalándole con el dedo—. Deja de sentarte conmigo en clases, deja de hablarme en la cafetería. ¡Tú y yo no somos amigos!

Me miró, atónito, con dos ojos redondos y tristes.

—Lo sé. —asintió, avergonzado— perdón

Mis palabras no le sentaron bien, pero no me dijo nada.

Resoplé. Me pasé las manga del suéter por el rostro para limpiarme las lágrimas y me dispuse a irme devuelta a mi cuarto.

—Si quieres...

Me detuve, un poco incrédulo al escucharlo hablar aun después de mi advertencia.
Le iba a amenazar otra vez, pero sus palabras me conmovieron un poco.

—Puedes buscarme en la biblioteca luego del almuerzo. —dijo, tímido.

¿?

—Soy algo bueno en matemáticas, así que quizás te pueda ayudar.

—¿Qué? —parpadeé, atónito.

—Lo prometo —siguió él, creyendo que yo dudaba de sus habilidades. Pero no era eso lo que me sorprendía—. Nunca saco menos de ochenta puntos en cálculo.

Yo acababa de gritarle, de decirle que lo quería lejos, que no éramos amigos.

¿Y su respuesta fue poner la otra mejilla?

¿Estaba loco?

Ni siquiera pude decirle algo. Me di la vuelta y caminé a mi cuarto. «¡Piénsalo!» escuché que me gritaba desde el pasillo, pero ni siquiera me atreví a mirarlo.

Estaba loco, él estaba loco y me estaba volviendo loco a mí.

No tengo tiempo para esto.

Little Mister Perfect | MaxleyWhere stories live. Discover now