DIANTHUS

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Camino al Encanto, Colombia 

La reina de las nieves era ajena a dos circunstancias. 

Una de ellas era pasar desapercibida y la segunda era saber como actuar cuando aquello sucedía. 

Sabía por demás que las personas las cuales se encontraría serían diferentes a ella. Observaba sus pieles cálidas y ojos grandes, sus cabellos ondulados, castaños y otro tanto más oscuros. 

La fuerza descomunal de los hombres y la belleza afrodisíaca de las mujeres que parecían vivir en aquel lugar. Pero a pesar de estar maravillada por su gente, también lo hacía sus paisajes y selvas, los animales que la rodeaban y lo cómodos que se sentían sus guardianes compañeros con los alrededores. 

Lo único que la guardiana no pudo omitir fue las intensas miradas que la gente le daba cuando pasaba cerca de algún pueblo. Sentía cientos de ojos seguirla por su camino y podía ver como vislumbraban sus ropas, escuchaba los murmullos pensando que era un fantasma o una visión, o quizás uno de esos extranjeros. 
Aunque de todas maneras no lograban entender su presencia en tal paraje, y por el mismo desconocimiento, tampoco intentaban indagar mucho más.

Y no es como que Elsa se hubiese esforzado en que la vieran, pero era casi imposible moverse en la nocturna selva sin temer congelar todo a su paso, y los caminos solían ser mucho más austeros cuando los hacía de día. 

Aprovechó también los poderes de Nokk y con él pudo moverse a través del río que llevaba al Encanto, o al menos eso había dado a entender Gale al guiarlos a aquel lugar. 

Elsa se hizo de un diario en el viaje, más que todo tomando pequeñas notas de los lugares que observaba y las costumbres que parecían llamarle la atención. De igual manera existían notas previas a su viaje, como una carta de Isabela que hablaba sobre un río de siete colores que dividía al Encanto de la otra parte de la civilización. 

Parecía casi un sueño cuando aquel corcel llegó justamente al atardecer a aquel río, justo en el momento exacto para poder observar la manera en la que los colores del cielo y del agua parecían acoplarse de manera mágica. Pero existía algo más, Elsa pudo sentir la magia emanar de ese pueblo que yacía a algunos kilómetros de donde se encontraba. Gale con ávida astucia la guió hasta la pequeña cabaña que Isabela preparó para la joven guardiana.

Escondida entre juncos largos y matas arbóreas, se encontraba su estancia por los aún no contados siguientes días. 

La rubia no pudo evitar maravillarse con el lugar.  Era una cabaña pintoresca, lo suficientemente oculta para no encontrarla a menos fueras lo suficientemente astuto, y al mismo tiempo fresca como para que se sintiese confortable. 

Observo la madera tallada de los marcos de las puertas, y los colores vivos que adornaban el interior, los cuadros de madera y obras de arte que en su vida había observado, la pequeña cocina y la iluminada habitación que parecía ser suya por algún tiempo. 

Los espíritus parecían alegres. Se paseaban con naturalidad por el lugar, sintiéndose tan cómodos como se encontrarían en el Bosque Encantado, y a Elsa no le molestó aquello. 

Aunque uno de los detalles que captó seguidamente la atención de la guardiana, fue aquel ramo de flores que embellecía la mitad de la sala.

Sus colores vivos, rosas, celestes, magentas, lilas parecían materializar una hermosa transfiguración de formas distintas, de aromas mordaces.

Un brillo anormal pero no dejando de ser encantador las cubría, y para ese momento Elsa no hizo más que admirarlas. 

Con curiosidad se acercó al ramo y pudo denotar la fragancia dulzona de las flores del otro lado del mundo, y sonrió.

JACARANDA |Elsa x Isabela|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora