14: Un gran negociador

40 10 2
                                    

Anthony

Ese Asthur Wedengraf solo me da mala espina. Desde que lo conocí, nada más molesta y sigue molestando. Sé que es un peligro, lo puedo notar. Siento que podría matarme en un segundo, y ni tiempo me daría de sacar un arma. Las cuales ni sirven, se demostró con mis propias manos que su raza no se puede matar, cuando le disparé a Lisette, por el pavor que sentía en ese momento. Aunque algo es claro, ninguno de los dos puede asesinarme. No sé qué está ocurriéndome, pero, en definitiva, no puedo morir en las garras de ningún demonio, así se llamaron entre sí. A pesar de que Lisette no lo admita, es esa cosa, y estoy seguro de que Asthur puede convertirse en eso también. Quizás, cuando se convierte, hasta es más grande que mi esposa.

A todo esto, encima la molesta, o sea, no debería ni interceder, pero hay algo en mí que me impulsa a hacerlo, aunque no quiera. Y no voy a aceptar que son sentimientos, punto final.

Cuando me envalentono, digo que soy inmortal de forma metafórica, pero Asthur me da la razón. Lo único que sé, es que no puede burlarse de mi esposa, ya fue suficiente.

Somos interrumpidos por mi padre. Ni idea si es peor o mejor, pero de algo estoy seguro, si le pegaba un puñetazo a ese monstruo, quizás me rompía la mano. Si una bala no le hace nada a su raza, un puño menos.

―Voy a pedir que te retires ―dice mi padre.

―¡Es peligroso! ―advierte Lisette.

De repente, papá me tira una daga y la atajo.

―Los demonios pueden ser lastimados por un arma específica. Son hechas con el mismo elemento que tienen sus garras, o sea, ellos pueden lastimarse entre sí. ―Mira a Lisette, luego vuelve a mí―. Las otras armas funcionan, pero no los matan ni les hacen daños graves como estas.

―Qué conocedor ―acota Asthur―. Solo por eso no lo mataré, por ahora.

―Lo investigué, señor Wedengraf, le gustan las armas.

―Me encantan.

―¿Le interesaría pasar? ―lo invita para que entre a la casa―. Le daré un aperitivo, seguro sabe a lo que me refiero.

―No, gracias, ya comí hoy.

―Insisto, me gustaría saber sobre su cliente, y si puedo redoblar la apuesta, quizás tengo algo mejor que ofrecerle. Me dijeron que es un gran negociador.

Se lo piensa, luego se termina yendo con él. Maldito viejo, me dio el arma, no para que me defienda, sino para demostrar que sabía de lo que hablaba y que tenía información. Lo aborrezco tanto. ¿Siquiera piensa en mi bienestar? Cómo odio que sea así, lo detesto.

Me sobresalto cuando Lisette me abraza de repente.

―No estés triste ―murmura.

―¿Por...? ¿Por qué me estás abrazando? ―expreso, nervioso―. ¿No ves que tengo un arma que puede lastimarte?

Se me aferra con fuerza.

―No vas a lastimarme, ya no estás asustado.

―Nunca estuve asustado ―gruño.

Hace una risilla.

―No puedes mentirme.

―Por todos los cielos, Lisette ―me quejo.

―Anthony... ―Hace una pausa―. Me gustas mucho.

Mis mejillas arden.

―Estás loca, eres un monstruo.

Vuelve a reír.

―Me atacas porque no aceptas tus sentimientos ―canturrea―. Yo ya lo sé, ya me di cuenta.

―Deja de hacerte la lista, eres tonta.

―¿Entonces por qué no me estás empujando? ―contraataca.

―¡A la mierda! ―La aparto―. ¡No me gustan los monstruos!

Me voy rápido antes de que alguien piense que tengo fetiches raros, o sea, nadie sabe que mi esposa es un demonio, pero por todos los cielos, si alguien lo descubre, me verán como un loco o peor, creerán que soy fetichista.

Ser corrupto es una cosa, pero fetichista, eso es otro nivel. No, gracias, búsquense a otro, yo me largo de este tren que va camino a la locura. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Pureza EngañosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora