CAPÍTULO 18

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Con las cartas sobre la mesa

Malthus Pov

Los asistentes del Maracaná coreaban al unísono ese nombre, la incomodidad era tal, que mi cuerpo lo rechazaba como si se tratara de una reacción alérgica.

Paulo, Paulo, Paulo

El hombre en el campo de fútbol con las manos arriba animaba a los barristas del Flamengo a alzar la voz más y más.

El hombre en el campo de fútbol con las manos arriba animaba a los barristas del Flamengo a alzar la voz más y más

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Hasta que corrió en nuestra dirección y se paró frente a la tribuna, dónde lanzó un beso volado. El mundo quedó atónito.

—Este Paulo es todo un encanto. —Dijo Nela— Afortunada la mujer a quien le haya dedicado el gol.

Yo esbocé una sonrisa fingida tratando de ocultar la desazón, pero a mi lado si había uno frunciendo el ceño y no quería o bien no podía disimularlo.

¿A quién le lanzaba ese beso? ¿Quién era la incauta?

De pronto una mano se alzó a unos asientos detrás del nuestro, por la zona de los palcos. El público dejó de corear y lanzó silbidos y aplausos.

Una señora asentía con la cabeza agradeciendo los aplausos y luego repartió besos, el último en dirección al jugador, como si se lo estuviera devolviendo.

Pero eso no era lo que más llamaba mi atención, había una señorita al lado de esa mujer, una chica a la cuál reconocería hasta en la más plena oscuridad.

Hilda, mi Hilda.

Mi estómago dio un vuelco y estuve a punto de votar el almuerzo mientras ella sonreía y sostenía la mano de la mujer.

—¿Quién es esa mujer? —Pregunté ido a José.

Él, que también observaba extrañado los acontecimientos, contestó mientras ponía una mano en mi hombro, como buscando calmarme.

—Es su madre...

—Y la mujer al costado es la novia del goleador. Al menos eso escuché. — Dijo el chófer de Nela.

Seguí observando a Hilda con el fin de que me mirara, pero ni una sola vez giró el rostro. Faltaba poco para que terminara el encuentro y mis lágrimas amenazaban con salir. Así que le hice una señal a José, para poder retirarme.

Su cara de preocupación no hizo más que avergonzarme, lo que me llevó a salir de mi asiento con rapidez.

—¿A dónde vas? — Dijo Nela. —Ya casi termina.

Pero no respondí su pregunta y seguí mi camino.

Subí las escaleras que llevaban a la puerta de salida. Cuando estaba a punto de cruzarla, sonó el pitido del árbitro que daba por culminado el partido y se escuchó el grito de júbilo de los barristas. Todo el mundo estaba celebrando y yo por mi lado me hundía en el desconcierto, con unas cuantas ideas en la cabeza que empezaban a marearme.

UN HURACÁN EN RÍODonde viven las historias. Descúbrelo ahora