Capítulo 8

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El pacífico y hermoso rostro de mi hijo fue lo primero que vi al despertar, una imagen que me hizo sentir una placentera y cálida oleada de amor como no la había sentido desde hacía mucho tiempo atrás, desde aquellas primeras veces en que pasé la noche con quien más tarde se convertiría en mi esposo y de quien, por aquel entonces, estaba profundamente enamorada.

Me quedé por unos minutos contemplando el rostro de mi hijo y de pronto vinieron a mi pensamiento los recuerdos de aquella semana en que estuvimos tan unidos, en que se crearon lazos de un amor diferente, de un cariño que no era usual entre una madre y su hijo, pero que se había fortalecido con cada beso que nos dimos, cada caricia y ocasión en que estuvimos desnudos, compartiendo momentos tan íntimos que me permitieron volver a sentirme deseada.

No pude evitar que una sonrisa se dibujara en mis labios mientras me dejaba abrazar por el calor que desprendían nuestros cuerpos, pensando en lo bien que se sentía estar con César de esa forma, lamentando que la noche anterior hubiese terminado tan pronto, que no hubiéramos tenido la fuerza y energía necesarias para consumar esa nueva manera de amarnos que había nacido entre nosotros.

Fueron esa clase de pensamientos y la excitación que poco a poco fue invadiendo mi cuerpo, lo que me llevó a moverme con calma y lentitud sobre de la cama, deslizándome por encima de las cobijas hasta colocarme sobre mi hijo, dejando que nuestros sexos entraran en contacto.

- ¡Ahhh! - un débil gemido escapó de mi boca cuando sentí la textura de su miembro tocando mis labios.

Con suavidad y paciencia, poco a poco me incliné hacia delante hasta sentir cómo mis senos se aplastaban contra su pecho, tratando de controlar mi respiración y de no desplegar movimientos abruptos, experimentando la creciente excitación que subyugaba a mi cuerpo al entrar en contacto con el suyo, dejando que mis labios acariciaran mi rostro mientras mi boca esparcía mi aliento sobre su piel, brindándole suaves y breves besos en sus labios, recorriendo luego de esa misma forma su barbilla para bajar con lentitud por su anatomía, deslizándome con sutileza hacia su entrepierna, lamiendo su piel, permitiéndome besar su cuerpo con pequeñas succiones, sintiendo cómo mis pezones de restregaban sobre mi hijo mientras mis caricias iban dejando un rastro de cariño a lo largo de su cuerpo, hasta quedar de rodillas justo en la orilla de la cama, donde pude admirar por un segundo su sexo dormido, sonriendo nerviosa, mordiéndome el labio inferior, experimentando los salvajes latidos de mi corazón.

Con los ojos cerrados, dejé que mi cara se acercara a su entrepierna, sintiendo su calor en mi rostro, sonriendo al experimentar su aroma y contemplar cómo se erizaba mi piel en cuanto mi barbilla hizo contacto con su pene, acariciándolo con mi cara antes de brindarle breves y tiernos besos que poco a poco fueron abriendo mi boca, hasta que la tentación fue demasiada y no tuve más remedio que engullirlo, succionando con suavidad, moviendo mi cabeza con lentitud, dejando que esa mezcla de sensaciones me embargara, que me dominara mientras mis pezones se ponían duros y mi entrepierna comenzaba preparar su humedad para recibirlo, convencida de que esa mañana sería el momento perfecto para demostrarle el placer que una mujer de verdad podría brindarle.

- ¡Ahhh! - escapó un repentino gemido de su boca sin hacer que con ello despertara, un sonido que logró erizar mi piel y me hizo concentrar toda mi atención y esfuerzos en la tarea de comerme su hermoso miembro, mientras abría los ojos para contemplar a mi hijo por un momento, a la vez que mi mano descendía por mi cuerpo hasta colarse entre mis piernas, estremeciéndome al sentir la forma como mis dedos se deslizaban entre mis labios, acariciando mi vulva con suavidad, empapándose con mis fluidos mientras mi boca experimentaba la creciente dureza de mi hijo, dejándome llevar por la necesidad de beber de su esencia, por la deliciosa sensación de sus fluidos excitando mis papilas gustativas hasta que mis ojos se cerraron de nuevo y el mundo desapareció para mí, dejándome a solas con el hermoso semental que rellenaba mi boca con su calor y dispersaba una oleada de lujuria que alcanzó hasta el más ínfimo rincón de mi cuerpo.

Adriana: lecciones de amor con mamáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora