Capítulo 22

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Sean

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Sean

Esto es tan irónico, como el que nunca haya estado en una relación. Pero claro, Emma es la única persona que podría tenerme, por voluntad propia, diciéndole que soy tan suyo, como ella es mía.

«Siempre ha sido ella»

La única en alterarme las dos al mismo tiempo, porque tanto mi polla, como corazón, saltan apenas la veo. Emma logra que pierda la cordura de una manera jamás pensada, y es que quise alejarme tantas veces, pero soy tan débil cuando se trata de ella, que yo mismo me pongo las cadenas.

Pero dejando de lado este sentimentalismo, aun debo enseñarle el mundo que descubrí hace algunos años. Son las cosas de mí que se niega a aceptar lo que me incita a hacerlo, ella debe hacerlo.

Así que luego de terminar con la colonia salgo de mi habitación, me encuentro con Clarissa en el camino a Emma.

Su jodida y dulce sonrisa es como una patata en el estómago. Siempre me hace la misma pregunta, y cada vez le suelto la respuesta que detesta.

—Sean, mi pequeño —palmea mi mejilla con suavidad, arrugo la nariz en disgusto —¿Cuándo vas a traer una novia? No estarás en los veinte para siempre. Necesitarás herederos algún día....

Dejo de escuchar lo que dice, no paro de repetirme que su problema es desconocer el título de la persona que ve a diario, si tan solo supiera que con su hijita basta.

Además, tenemos definiciones diferentes para estar viejo, debería volver a la escuela.

Termina de hablar acerca de las hijas de sus amigas, y todo lo que debo hacer es verla con disgusto, pues esta idea lo amerita.

—Mamá, no te lo he dicho por pena —la observo seriamente —, pero creo es hora de liberarme.

Ella arruga las cejas, confundida ante el inicio de mi discurso.

—¿Qué quieres decir?

Suspiro, aquí vamos.

—La razón por la que no he traigo a ninguna novia —tomo un respiro dramático —, es porque lo que quiero es un novio —aprovecho que su mandíbula se descolgó para entrar en detalles —. Así es, me gustan los hombres, de preferencia musculosos y con barba. Deberías preguntarle a tus amigas si sus hijos están ricos.

Contengo la carcajada al ver que se quedó estática mientras abre y cierra la boca, sin saber qué decir. Se esperada de todo, menos un hijo marica.

Le lanzo un beso antes de seguir con mi camino, no sin antes palmear su hombro al pasar por su lado.

—Seguro que habrá otro Davies cuando tenga cuarenta —añado —, queda a tu imaginación. Si me disculpas, debo ir por mi hermanita, saldremos a cazar machos.

Una vez de espaldas, me permito sonreír. Después de todo, los dotes artísticos para espantar a las personas no fueron acaparados por la enana.

Toco tres veces a su puerta antes de entrar. A los segundos, aparece envuelta en dos toallas, recién bañada y con gotas, que desearía fueran mías, corriendo sobre sus piernas.

Placeres InmoralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora