|Capítulo Cuatro|

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Amo de llaves:

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Amo de llaves:

A veces, no sé qué quieres decir. Me duele saber que no puedo entenderte a pesar de que muero por derrumbar tu silencio.

Unos golpes me hicieron despertar exaltada y desorientada. Cuando logré identificar de dónde provenía el sonido me levanté de la cama con pereza. Hoy no quería hacer nada ni ver a nadie. Me revisé en el espejo y como era de esperarse estaba hecha un desastre, también me encontré con mi labio inferior partido. Mis ojos se humedecieron por la impotencia de recordarlo todo y no poder hacer nada. Los golpecitos en la puerta me volvieron a la realidad y como siempre sabía hacerlo sonreí como si nada me afectaba.

—¿Qué sucede? —cuestioné disimulando el mal humor.

—Tu padre te solicita en el despacho —informó Belly, la encargada de limpiar la Mansión y mi corazón.

—Dile que si tiene muchas ganas de verme, que venga él. Yo no saldré de aquí y por favor, avísale a Martín que venga —pedí mostrando mi verdadero semblante.

Belly, asintió y se fué por el pasillo después de escucharme. Ella sabía que no estaba lista para hablar y respetaba mi tiempo. Daba gracias que no insistiera con el tema de mi padre, porque otras, por miedo de su reacción intentaban persuadirme para ir con él.

Después de media hora, Martín, estaba parado en mi habitación exigiendo explicaciones de mi escape repentino. No quise darle respuestas, estaba harta de que mi vida fuera tan expuesta.

—¿Qué te sucede, Am? —cuestionó molesto y lo miré frustrada.

—Ya basta Mar... ¿Te mandó mi padre a interrogarme? —pregunté cansada.

Él se quedó en silencio, mirándome ofendido. Rodé los ojos y continué:

—Porque comienzo a pensar que estás de llevadero. Además, no te solicité para irritarme.

Sinceramente, lo llamé para que me hiciera sentir mejor, pero olvidé su parte paterna y mi parte hiriente en ocasiones así.

—El hecho de que me ocultaras que te escaparías de tu propia fiesta, me hizo desesperar ayer y no supe qué hacer —siguió quejándose por cuánta vez.

Sus reproches no me calmaban, al contrario... era como un camino de pólvora encendido llegando a la dinamita, porque, no quería dar explicaciones, sólo quería un abrazo de su parte.

—¿En serio? ¿Es lo único que te preocupa? —le cuestioné molesta—. ¿Saber dónde me meto cada vez que quiero huir de aquí? Pero, lo realmente importante es... ¡Cómo me siento! Siempre preguntas y preguntas, pero, cuando te digo lo que pasa aquí decides ignorarlo todo —espeté y seguí con un nudo en la garganta—. Ayer... ¿Dónde estabas? ¡Dime! —le acusé con rabia.

Martín, me miró cabizbajo y no me importó, porque quería que sintiera lo mismo que yo y lo seguí lastimando, aunque sabía que no tenía la culpa:

—Exacto. Estoy segura que estabas detrás de esa puerta escuchando, lo que posiblemente me haría y como siempre de cobarde, decides callarte o irte. ¿Y cómo quedo yo? Sufriendo y aguantando, así como mi madre lo hacía, ¿Cierto? o ¿Me equivoco?.

CADENAS DEL DOLORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora