|Capítulo Siete|

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¿Quieres ser mi amigo?:

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¿Quieres ser mi amigo?:

Sólo pocos saben cómo calmarme y no sienten miedo, porque se han quedado en mi oscuridad.

Azlan, se encontraba de pie muy sonriente a nuestro lado, sin pretender responder a todos los cuestionamientos en los que estaba sometido. Él sólo se sentó sin permiso alguno y comenzó a sacarle conversaciones a Maximus. Para mí mayor sorpresa él le respondía a gusto.

Me sentía ignorada y nada que hiciera o dijera lograba llamar sus atenciones.

Me costó lograr que mi guardaespaldas se abriera conmigo o me aceptara a diferencia de Azlan, que sólo abría la boca y obtenía respuestas de él.

—¿Qué haces? ¿Por qué estas vestido así? —le seguí cuestionando de mal humor.

—Querida, es de esperarse que me vista o ¿quieres que salga desnudo por la calle? —respondió por fin, pero no como esperaba.

Me crucé de brazos como una cría queriendo su paleta, a veces me sacaba de quicio con facilidad. Le pegué en el brazo cuando se rió de mí y como si le fuese dolido realmente se quejó:

—¿Piensas arrancarme el brazo?

Intenté darle otro, pero me detuvo la mano.

—Quieta fiera... —dijo burlón.

—Te morderé si no respondes —le amenacé.

—Vale, muérdeme...

Maximus en cambio, ponía los ojos en blanco por las tonterías de nosotros dos, parecíamos dos niños pequeños. Pero, realmente disfrutaba esos momentos, porque era fácil ser una niña a su lado.

—¡Excelente! Conmigo eres una piedra. Pero con él... —Señalé a Azlan—. Eres un hongo blando —acusé a mi guardaespaldas.

Azlan soltó una carcajada, para nada contagiosa y Maximus me miró mal, que no era novedad.

—¿No te enseñaron modales, querida rubia? —cuestionó el chico nocturno.

Volqué los ojos y La Roca se incorporó retirando su bandeja vacía y habló sorprendentemente a mi favor:

—Sé un caballero y contéstale a la señorita.

—Bueno, bueno. Responderé con una sola palabra. —Rodeé los ojos porque sabía que al final de eso, saldría una tontería—. Se le dice: Inteligencia.

—Eres un creído —aseguré.

—Y tú una envidiosa —contraatacó sacándome la lengua y lo imité.

Después de allí hablamos de cosas triviales, pero la espinita de descuidarme toda una semana me pinchaba el corazón.

—Toda una semana sin mandar algún saludo —le acusé rencorosa.

CADENAS DEL DOLORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora