Capítulo XXI

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Lexie se quedó unos segundos mirando un punto fijo, una estrella en específico que le creó curiosidad, y frunció el ceño.

—¿Qué planeta crees que será ese? —la señaló.

—Hm. No lo sé, ¿Saturno? —Blake frunció el ceño.

—Saturno está más lejos, creo.

—Puede ser. Nunca he estudiado los planetas, en verdad —se encogió de hombros.

—¿No te gustan?

—Sin más. Nunca me han llamado la atención.

—Y sin embargo, montas un planetario en tu mansión. Muy lógico —bromeó riendo.

—Lo hice por ti, angelito. Y deja de hacer eso.

—¿Qué hago?

—Te haces la tonta para oír de mi boca cosas que ya sabes —rodó los ojos.

—Eso es totalmente falso.

—¿Me estás llamando mentiroso?

—Efectivamente.

—Voy a tener que lavar tu boca con jabón por decir mentiras —trató de no sonreír, haciéndose el duro mientras continuaban mirando las estrellas.

Llevaban aproximadamente una hora en el planetario, ambos tumbados uno al lado del otro mientras observaban toda la constelación que se proyectaba sobre ellos. Todo un universo que, Blake, no dudó en construir para ella.

Aprovechando un despiste por su parte, Lexie lo miró. Su corazón estaba sanando, y lo sabía bien. Hacía ya casi dos semanas desde aquel día donde le enseñó el planetario, y desde entonces, nada había podido salir mejor.

Él estaba intentando cambiar. No con los demás, por supuesto. Sino con ella. Quería ser mejor persona con su angelito, aprender a tratarla y cuidarla como se merecía. Y Lexie sabía lo mucho que se estaba esforzando en ello, pues no era nada fácil para una persona como él.

Había aprendido a no contestarle mal, a tratarlo como a una persona y no como a un animal, justo como Lexie necesitaba. Había aprendido a tocar su piel sin hacerle daño, y a respetar su voluntad así como exigía que hiciera él con la suya.

Poco a poco, iba convirtiéndose en la persona que él siempre deseó para su angelito. Había cosas que aún había que mejorar, y eso estaba claro. Aspectos que cambiar, y comportamientos agresivos que a Lexie no le gustaban en absoluto. Pero él lo intentaba, solo por hacer feliz al amor de su vida.

—Deja de mirarme, ya sé que soy hermoso. Pero no hay necesidad —bromeó espantándola, sin retirar la mirada de las estrellas. Lexie enrojeció.

—No te estaba mirando.

—No, para nada.

—A veces resultas molesto.

—¡Qué casualidad! —ironizó—. Cómo tú.

—¡Hey! —frunció el ceño—. Retira eso.

—Tú primero.

—No.

—Hm —lo miró—. Quiero un besito.

—Tú y los besitos —masculló riendo—. ¿Qué no entiendes de la palabra amistad?

—Amistad mis cojones, no ha habido día en estas dos semanas que no nos hayamos metido la lengua hasta la campanilla.

—Qué romántico eres —ironizó rodando los ojos.

—Yo no soy romántico, me dan asco las personas empalagosas.

—¿Y yo? ¿Soy empalagosa? —dudó.

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