Aunque pasaran mil años

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El sol reflejaba el extenso césped verde de aquel enorme estadio. El bullicio de la gente alrededor era atronador. Los jugadores se estaban dejando todo en la cancha. A pesar de estar sumamente cansados, todavía no bajaban la guardia en ningún momento. En especial en este partido, que era el último amistoso que tenían en Estados Unidos y para colmo era con los mismos gringos con quienes tenían que jugarse el resultado final.

Fue también el juego más intenso de lejos de los que habían hecho en el gabacho, pero para su suerte solo quedaban unos cuantos minutos para el último pitido. Pero como en muchas ocasiones, lo mejor ocurrió ya casi para terminar, ya que el gol que daría el desempate para la selección mexicana por fin llegó. Obviamente todos se emocionaron a mas no poder ante tal evento.

Sin embargo, la felicidad duró muy poco cuando en los siguientes minutos del tiempo extra empezaron los insultos y empujones entre ambas selecciones. Era bien sabido que, como países vecinos, la tensión ya era algo muy común. A lo que cierto omega que veía como la mayoría de sus compañeros se peleaban con los gringos, recordó con nostalgia cuando en un par de ocasiones parecidas, su en ese entonces pareja lo defendía de otros alfas ya que estos siempre lo subestimaban por ser omega y dedicarse al fútbol.

En esta ocasión, el mediocampista mexiquense se enfrentaba a uno de la defensa norteamericana con alta intensidad. Lainez no pudo evitar sonreír al ver que Álvarez no había cambiado en cuanto a su inherente instinto de defender a los suyos cuando se metían con ellos. Era como si el barrio con el que creció en el estado de México nunca hubiera salido de él. No por algo le decían el Machín desde que lo conoció por primera vez. Él sabía que era alguien muy diferente a todas las personas con las que había conocido desde su adolescencia. Pero no le importó en absoluto, ni lo que su familia o amigos pudieran decir de aquel alfa.

–Dios, ya me tenían hasta la madre los vatos esos– se quejó el centrocampista de los estadounidenses una vez ya se estaban cambiando en el vestuario.

–No sé porque les haces caso, ya sabes que solo quieren molestar– le dijo con tranquilidad el omega.

–Perdón, ya tiene un chingo que no me ves y ya me viste como casi me madreo a todo mundo– dijo en un tono denotando un poco de vergüenza. Sin embargo, el otro soltó una risa ante el comentario.

–Por favor Edson, te llevo conociendo desde que tengo 17, ya sé cómo eres– le dijo restándole importancia a lo que acababa de decir.

–Bueno ahí tienes razón, pero he cambiado de verdad. Aunque no lo creas– le dijo dándole la razón, ya que no había caído en cuenta de la cantidad de años que lleva conociendo al tabasqueño.

–¿En serio? Porque a mí me parece que sigues siendo el mismo Edson que dejé– preguntó con incredulidad ya que no notaba ninguna diferencia en él, más que ahora tenía un físico más trabajado debido al demandante estilo de vida que tenía ahora en otro país.

–No, tal vez no es mucho, pero he mejorado en mí mismo, sobre todo en mis emociones– le explicó tratando de hacerle ver que no era el mismo de años atrás.

–Mm, ya veo– dijo, aunque se quedó incrédulo no sabiendo si creerle o no.

–Oigan chicos ¿Quieren ir a festejar con el equipo?– preguntó una voz ajena interrumpiendo la conversación de ambos. Era era el número once de la selección Santiago Giménez.

–Claro ¿Vas a ir Diego?– le preguntó el mediocampista viendo en su rostro un poco de duda.

–Eh, tenía planeado ir a descansar, pero ya me dio un poco de hambre– dijo todavía sin saber si aceptar ir o no.

–Si quieres terminando de comer puedes irte– sugirió el otro omega.

–Vale, iré un ratito– al final aceptó por lo que ambos jugadores presentes sonrieron y salieron de ahí.

No eres míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora