Capítulo 6.

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ERRORES Y MENTIRAS

Vicenta

El calor corporal de alguien tras mi espalda me despierta asustada, haciéndome sollozar y temblar de inmediato. Me hago bolita contra el colchón y pido que no me toquen, que por favor se alejen de mí, pero la persona me hace caso porque siento como toman lugar frente a mí. La mano del sujeto me acaricia el hombro de forma suave, logrando que el corazón se me desboque.

—Sirena... —escucho que me llaman con la voz ronca, y lentamente mis parpados se van abriendo al reconocerlo. Pronto su mano izquierda está limpiando la humedad que hay en mis mejillas—. Tranquila, krasavitsa, soy yo.

—Santi... —Mi voz sale ahogada, afectada. Los retazos de lo que soñaba nada más me nublan la vista—. Qué... ¿Qué haces aquí?

—Quería saber si ya hablaste con la sargento Hernández.

—Ayer ella vino —le comunico, inspirando hondo, inundando mis fosas nasales de su aroma el cual solo es hierbabuena, algo que me hace fruncir un poco el ceño. ¿No ha fumado marihuana aún? Es extraño no captar ese olor en él—. Me comentó que le enviaste un mensaje.

—Lo hice, pero también se lo expliqué hace unos minutos en persona.

—Gracias por permitir el cambio, Santi. —Suelto un bostezo ya que sigo teniendo sueño e instintivamente me pego a él, tal como solía hacerlo cuando era una niña—. No sabes el enorme peso que me quitaste de encima.

—Te lo dije con palabras en una pantalla y te lo repetiré ahorita mismo con mi boca. —El coronel pasa su brazo torno a mi cintura para juntarme más a él—. Tengo actitudes cavernícolas en ocasiones, y puede que se me haya pasado la mano cuando en México les dije a todos que no aceptaba a cobardes en el operativo, pero sé reconocer cuando uno de mis subordinados no está mentalmente preparado para algo, y tú definitivamente, desde el momento en que abriste la carpeta que se te dio, dejaste en claro que no deseabas encamarte con el mafioso.

—Es que no me gustan los mafiosos, soy más de soldados.

Lo que digo parece surtir un gran efecto en él porque sus dedos se me clavan en la piel de una forma que no resulta desagradable.

—¿Qué tipo de soldados? —me sigue el juego, logrando que una sonrisa tire de mi boca.

—De los que son grandotes y llenos de músculos.

—Mmmmm, creo conocer a alguien así. ¿Te lo presento?

—Solo si crees que será amable conmigo. —Una pequeña risa escapa de su boca, haciéndome sonreír incluso más porque escucharlo es como deleitarse de la melodía más preciosa del mundo.

—Puede serlo cuando está de buen humor.

Ya no hablamos durante los próximos minutos donde creo que vuelvo a quedarme dormida porque, cuando vuelvo a parpadear, noto que está atardeciendo. Suelto un enorme bostezo y me aparto de su cuerpo ya que necesito ir a orinar.

Bajo de la cama para ir al baño donde hago mis necesidades. Me lavo la cara y la seco con una pequeña toalla que hay doblada encima del lavado. Cuando estoy a punto de salir, pego un respingo al notar a Santiago recargado en el umbral de la puerta. Su mirada oscura deja ver tantas emociones que es incluso abrumador. Pretendo hablar para decirle algo, pero él cierra la distancia entre los dos para después juntar nuestras bocas en un tierno beso que me remueve hasta los intestinos. Por inercia le correspondo, enrollando mis brazos en su cuello cuando él me carga para no doblarse tanto al besarme ya que nuestra diferencia de altura es un problema.

Camina conmigo a no sé dónde, pero pronto siento la frialdad en mi trasero por lo que me hago una idea de donde me sentó. Su boca deja la mía para ir dejando tenues besos por mi rostro, bajando a mi cuello y después posándose en mi garganta, logrando que mi corazón pegue un peligroso vuelco.

Tempestad 2 (Libro 2)Where stories live. Discover now