Vicenta
La forma en que dormí me hizo sentir dos cosas.
Por un lado, estuve muy contenta de tener los brazos de Santiago alrededor de mi cuerpo cuando me acurruqué contra él en la cama. Sentí que podía desconectarme por completo del mundo sin miedo a que me despierten a punta de cogidas que no deseo como Esteban solía hacerlo en su casa.
Pero por otro lado no pude frenar mis recuerdos ya que lo que miré en esos refrigeradores me tuvo perturbada al grado de hacerme sentir náuseas.
De hecho, sigo con ese malestar y por eso me levanto de la cama para ir a vomitar dentro del lavabo. Mis arcadas hacen eco por toda la habitación lo cual me desagrada y tal cosa despierta al semental que estaba plácidamente dormido ya que escucho sus pasos acelerados venir a donde me encuentro.
—Hey, ¿qué pasa, Sirena? —pregunta con voz demasiado ronca, mirándome a través del espejo. Su cabello matutino apunta a diversas direcciones y tiene expresión extremadamente somnolienta, aun así, está aquí viendo cómo me encuentro y eso logra que mi corazón brinque dentro de mi pecho.
—No puedo dejar de pensar en las atrocidades que encontramos en Malibú —confieso a la par que tomo mi cepillo de dientes para lavarme la boca.
Bestia me acaricia la espalda, reconfortándome, a la par que deja un besito en mi cuello logrando que me estremezca.
—Se hará justicia, así que tranquila.
Escupo la pasta y coloco ambas manos en el lavabo para verlo, notando que mi piel está demasiado pálida al grado de hacerme ver enfermiza.
—¿Por qué lo hacen, Bestia? —El nudo en mi garganta hace que mi tono salga medio estrangulado. El coronel suaviza su expresión y me abraza de la cintura—. ¿Por qué matar de forma tan cruel a un inocente y poner sus piezas dentro de platos que seguramente serán vendidos o comidos como si fuese carne animal?
Sé que no soy nadie para juzgar cuando yo misma he matado de forma despiadada a las personas, pero hay una brecha demasiado grande entre mi sadismo y el de los Jäger, porque ellos utilizan cada parte del ser humano para sus maldades.
—El canibalismo es una práctica algo común entre los acaudalados, Sirena —un escalofrío me recorre la columna cuando dice eso—, y la venta de órganos, por desgracia, es un negocio que definitivamente te da la riqueza que la droga, el secuestro o la prostitución no te otorga.
—Debí sospechar que a esto se dedicaban cuando miré que en los cruceros les hacían pruebas de todo tipo para avalar su buena salud.
Todo cobra más sentido ahora que una tela se ha caído de nuestros ojos, dejándonos ver el nivel de abominaciones que un hombre puede llegar a hacer con tal de llenarse los bolsillos del dinero.
Siempre es el cochino dinero el que mueve a todos, haciendo que cometan actos que por lo general siempre quedan impunes.
—Cada vez estamos más cerca de joder a esos bastardos.
—¿Y qué haremos con ellos una vez que tengamos las pruebas legales que confirmen que su mafia se dedica a la venta de órganos? —cuestiono girándome para verlo directo a los ojos. El coronel inclina el rostro para darme un profundo beso que me eriza cada vello de mi cuerpo logrando incluso que mi corazón dé trompicones de gusto.
—Los encarcelaremos para sacarles la información de cada socio o comprador que tengan —dice cuando deja de besarme—, porque si la serpiente cae, también lo harán los demás.
—Eso suena a mucho trabajo, mi coronel.
—¿Y hay algún problema con ello, capitana? —Niego, pues en verdad no me importa pasarme años tras cada enfermo que compra órganos de gente inocente—. Poco a poco, ¿vale? Ya tenemos mucha información, pero nos falta unos empujones más para que la bomba estalle.

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Tempestad 2 (Libro 2)
RomanceEl coronel me tiene famélica de una lujuria inmoral que ya no puedo frenar, porque cada que intento alejarme, vuelve a lanzarme las cadenas que me atan y arrastran a él hasta someterme a su merced. ¿Lo peor? Me gusta demasiado arder en sus brazos...