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Narra Federico.

El día de hoy es un día importante diria yo...pero antes de ir me encontraba comiendo con mi mejor amigo, Ian. El aroma de la comida recién hecha llenaba la cocina, y el sol de la tarde se filtraba por la ventana, creando un ambiente cálido y acogedor.

—Fijate que me cayo muy bien esta Yasmin - dijo el rubio mientras le daba una mordida a su sandiwch. Sus palabras me hicieron sonreír.

—Sí, es genial —respondí, removiendo el puré con el tenedor sin mucho entusiasmo.

Ian me observó con atención, notando mi falta de ánimo.

—Che, Fede, ¿estás bien? Te veo un poco apagado hoy.

—Sí, estoy bien —mentí, forzando una sonrisa— Solo tengo que ir al médico más tarde. Es una rutina, nada de qué preocuparse.

Ian frunció el ceño

—¿Paso algo?... Sabes que no estas solo en esto Fede

Sabía perfectamente a lo que se refería. Ian había estado conmigo en los momentos más oscuros, cuando los pensamientos suicidas eran una constante en mi vida. Había luchado mucho para salir de ese pozo, pero desde que conocí a Yasmin, esos pensamientos se habían desvanecido, ella hizi que algo cambiara, que yo tuviera algún motivo para seguir en este mundo. Ella era una luz en mi vida, pero ahora que las ganas de estar vivo comenzaban a aparecer en mi, no sabia si algo me iba a impedir estarlo.

—No es eso, Ian. No te preocupes. Estoy bien —repetí, tratando de sonar convincente.

Ian me miró con escepticismo, pero asintió lentamente.

—Está bien, pero si necesitas hablar, sabes que estoy aquí para vos.

Asentí, agradecido por su apoyo incondicional. Terminamos de comer y me despedí de Ian, agradeciéndole por siempre estar a mi lado. Tomé mi chaqueta y salí hacia el consultorio, intentando no pensar demasiado en lo que podría descubrir. El viaje fue una mezcla de pensamientos dispersos y preocupación, pero me obligué a mantener la calma.

Al llegar al consultorio, el doctor me recibió con una expresión seria. Después de una serie de pruebas y preguntas, finalmente se sentó frente a mí, con una cara llena de seriedad.

—Federico, hemos recibido tus resultados

...

Narra Yasmin

Desperté sobresaltada por los golpes insistentes en la puerta de mi departamento. El ruido me sacó del sueño de una forma brusca y desconcertante. Me levanté de la cama, todavía medio dormida, y fui a abrir la puerta.

—¡Ya voy, ya voy! —grité, mientras me ponía una bata sobre el pijama.

Al abrir la puerta, me encontré con la imponente figura de la señora Rodríguez, la casera. Su expresión era severa y sus brazos estaban cruzados.

—Yasmin, es el tercer día del mes y aún no has pagado la renta —dijo, sin siquiera saludar.

El pánico me invadió al recordar que había olvidado pagarla. Con todo lo que había estado pasando últimamente, el alquiler había sido lo último en mi mente.

—Lo siento mucho, señora Rodríguez. He estado… ocupada y se me pasó. Le prometo que conseguiré el dinero pronto.

—Yasmin, esta no es la primera vez que te retrasas. No puedo seguir esperando. Si no puedes pagar la renta, tendrás que irte.

Su tono era inflexible. Sentí que el suelo se hundía bajo mis pies.

—Por favor, solo deme un par de días más. Haré lo que sea necesario para conseguir el dinero —supliqué, tratando de mantener la calma.

—Lo siento, pero no puedo hacer excepciones. Tienes hasta las 6 para desalojar el departamento.

Con eso, la señora Rodríguez se dio la vuelta y se marchó, dejándome en la puerta con una sensación de desesperación. Cerré la puerta y me dejé caer en el sofá, sintiendo las lágrimas amenazando con brotar.

Mi primera idea fue pensar en Fede. Sabía que él haría cualquier cosa para ayudarme, pero esa idea se sintió absurda. Apenas estábamos conociéndonos y pedirle ayuda económica en este punto me parecía demasiado. No quería ponerlo en esa situación.

Entonces, pensé en Fátima, mi ex compañera de trabajo en el café. Habíamos mantenido una buena relación en el trabajo. Sabía que, aunque ella no tenía mucho, siempre había sido solidaria y comprensiva.

Me levanté del sofá y comencé a empacar algunas de mis cosas. No tenía mucho tiempo y necesitaba actuar rápido. Una vez que tuve lo esencial en una mochila, me vestí y salí del departamento, tratando de no dejarme llevar por la angustia.

Caminé apresuradamente hasta el edificio donde vivía Fátima. Sabía que ella trabajaba temprano, así que esperaba que estuviera en casa. Subí las escaleras y llegué a su puerta, tocando suavemente al principio y luego con más insistencia.

—¡Fátima! ¡Soy Yasmin! —llamé, tratando de mantener la voz firme.

Después de unos momentos, la puerta se abrió y Fátima apareció, con una expresión sorprendida.

—¡Yasmin! ¿Qué haces aquí? —preguntó, notando la preocupación en mi rostro.

—Necesito tu ayuda, Fátima. Me han echado de mi departamento porque no pude pagar la renta. No sé a dónde ir —dije, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas.

La expresión de Fátima cambió. Se cruzó de brazos y me miró con frialdad.

—¿De verdad, Yasmin? —dijo con desdén— ¿Y qué te hace pensar que puedo ayudarte?

Su tono me dejó helada. Nunca la había visto así.

—Pensé que... bueno, somos amigas y... no tengo a nadie más a quien acudir —respondí, sintiéndome cada vez más pequeña.

Fátima soltó una risa sarcástica.

—Amigas, claro. Yasmin, solo te hablaba por lástima. No me caes bien, nunca me caíste bien. Te soportaba porque no tenía otra opción en el trabajo. Y ahora, vienes aquí a pedirme ayuda... es patético.

Sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. Las lágrimas comenzaron a fluir sin control.

—No puedo creer que me digas esto, Fátima. Pensé que éramos amigas —dije, tratando de mantener la compostura.

—Pues no lo somos. Así que vete de aquí. No tienes lugar en mi vida ni en mi casa —respondió, cerrando la puerta de golpe en mi cara.

Me quedé parada frente a la puerta, sintiéndome más sola y desesperada que nunca. No tenía a dónde ir, ni a quién acudir.

Finalmente, sin otra opción, tomé mi mochila y comencé a caminar sin rumbo, tratando de pensar en alguna solución. Mientras caminaba, mi mente volvía a Fede. Tal vez, después de todo, no sería tan mala idea acudir a él. Pero, ¿qué pensaría de mí si le pedía ayuda tan pronto?

Aun con todas mis dudas y temores, sabía que Fede era mi última esperanza. Decidí dirigirme a su casa, con la esperanza de que me comprendiera y me ayudara a salir de esta situación desesperada.

En mi próxima vida ; Fede Vigevani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora