Capitulo || Doce

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Jamás se había sentido tan feliz. Tan… completo.

Rodeaba con los brazos a la mujer a la que amaba desde hacía años. Se había mantenido abrazado a ella toda la noche, apretado contra su piel sedosa. Su pecho respiraba contra su espalda, delicada y elegante; su ingle se mecía contra el dulce trasero; una de sus piernas arropaba las de la mujer que estaba acurrucada contra él.

Su mujer.

Inhaló profundamente aspirando su aroma, esa esencia inconfundible que le hacía desear pasar el resto de su vida así, arrullado por su presencia, por su personalidad, por sus bromas y sus enfados.

Su pene se irguió impaciente. Estaba tan cerca de ella que dolía. Sin abrir los ojos, se movió hasta quedar encajado entre sus muslos. Sintió en el glande el calor femenino que guardaba la entrada a su vagina.

Empujó.

La corona de su verga quedó rodeada por la piel suave, húmeda por el rocío de su esencia. Sentía que podía tocar el cielo solo con elevar la mano.
Abrió los ojos dispuesto a beberse la imagen de Misuk. Los tibios rayos del amanecer se filtraban entre las tablas de las contraventanas, reflejándose rasgados en la tela de las cortinas y sumiendo la estancia en sombras apenas visibles.

Parpadeó aturdido.
¿Ya amanecía?
¿Tan pronto?

Observó a la mujer acurrucada entre sus brazos. Su respiración acompasada y la laxitud de su cuerpo le indicaron que estaba profundamente dormida. Cerró los ojos contrito. Deseaba introducirse en ella, penetrarla hasta oírla jadear.

Pero era tarde.

Muy tarde.

Salió de su interior lentamente. Sintió los músculos de la vagina aflojarse sobre su glande y deseó volver a entrar en ella. Apretó los labios y se alejó de su cuerpo tentador. Tenía mil cosas que hacer, no podía entretenerse por mucho que lo deseara.

Se levantó de la cama y, gracias a la poca luz que se colaba por las ventanas, consiguió no tropezar con nada. La cabaña permanecería en sombras mientras las contraventanas estuvieran cerradas, pero, aun así, había cierta claridad que le permitía imaginar lo que lo rodeaba.

Abrió el arcón y sacó unos vaqueros, una camisa limpia y unos calcetines. Buscó una toalla y la pastilla de jabón que había sobre la encimera del aparador y luego recorrió con la mirada el suelo hasta dar con las botas camperas.

Con la ropa entre los brazos, abrió la puerta; la luz entró a raudales iluminando el interior, se giró y observó a Misuk. Seguía dormida, colocada de lado sobre la cama, tan hermosa como un hada, tan bella que le dolieron las entrañas por tener que abandonarla.

¿Cómo puede un hombre alejarse voluntariamente de su más añorada fantasía?
Haciendo acopio de toda su férrea voluntad, JiMin dió un paso atrás sin dejar de mirarla y traspasó el umbral. Inspiró profundamente y cerró despacio la puerta, ocultando en la oscuridad la claridad que segundos antes iluminaba el cuerpo amado.

Bajó decidido los escalones del porche, saludó con la cabeza a Negro, lo palmeó en el lomo y después se dirigió a la bomba de agua; colocó el cubo bajo el grifo y bombeó.

El líquido comenzó a fluir tras unos segundos.
Helado. De la sierra. De los riachuelos ocultos en las profundidades de la montaña. Cuando tuvo suficiente, se lavó a toda prisa.

—¡Demonios! —siseó entre dientes.
Hundió la toalla en el cubo de agua gélida y se aclaró con pasadas largas la espuma que decoraba su cuerpo.
Estuvo a punto de estallar en carcajadas al recordar que Misuk pensaba que él residía siempre allí.

Ardientes Vacaciones || Park JiMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora