Capítulo 21.

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El despertar en La prodigiosa fue de ilusiones, la señorita Fontalbo era bañada con esencias aromatizadas y vestida por las esclavas, tomó el desayuno junto a su tío y marcharon ambos hacia Valle Alto donde todos acogieron a los visitantes de las más cordiales maneras, colmaron a la muchacha de elogios; la abuela con el sarcasmo reprimido y la señora Gina con natural sentir porque sabía que ella y su sobrino se amaban en el sagrado secreto de sus almas. Don Ramón preguntó por el señonito Lombardo y Doña Ceci respondió que él preparaba al capataz y organizaba los trabajos pues había decidido dar un recorrido por sus fincas. Alejandra se excusó, estaba apesadumbrada, temía que el señorito hubiera olvidado su visita, salió y caminó hasta el florecido traspatio y se encontró una negra entrada en años, fornida, con cachetes redondos que la guió hacia el naranjal mientras la observa en silencio. Bajo la sombra de las ramas se sentaron y en medio de la simpatía reflejada la esclava se atrevió a decir:

—Le voy a prepará un jugo con estas naranjas que se va a chupá los dedos, niña.

—Espere, no se moleste, solo quiero ver a su dueño, luego me iré.

—Ah, el niño ta pa lo potrero.

—Pues si es así me iré—añadió entristecida, convencida que no lo vería.

—¿No va a esperá a mi niño?

—No mi vieja—respondió dulcemente y se dirigió hacia la casona.

Adelantaba sus pasos entre los árboles cuando Manuel Antonio, aún distante, se dirigió tras ella, sin notar nada se escurría rápidamente hasta que sintió el crujir de hojas secas detrás suyo y se volteó instintivamente y quedó nuevamente frente al señonto Lombardo.

Se saludaron venciendo el miedo que
ambos sentían al aproximarse, combatiendo él contra la tentación provocada por aquella perfecta figura,
que lo cegaba de pasión, de deseos de declararle la verdad, que la amaba. Contenía ella el aliento vivificante de su ser y su mirada vertía una fuerza que traspasaba las carnes y traminaba los huesos llegando a lo más íntimo de los secretos del hombre que estaba frente a ella, parados allí en medio de la soledad bordeado de suave césped y sombra, las palabras cobraban vida.

—Estaba a punto de marcharme.

—Disculpe mi tardanza pero arreglaba que todo estuviera en orden en mi ausencia, alisté dos caballos porque deseo que usted me acompañe esta vez, quiero mostrarle un lugar que nadie conoce excepto mi primo Diego y Rodolfo.

—Me honra usted, esa oferta sabe que no puedo rechazarla—le dijo resuelta mientras alargaba una sonrisa en su rostro.

—Haría cualquier cosa por verla feliz.

—Gracias señorito, la tentación me domina por disfrutar de ese paseo, pero vayamos hasta su casa, mi tío debe haber notado mi falta.

—Iremos directo a la caballeriza, el Sol nos castigará si no nos apresuramos, yo avisaré a Don Ramón con uno de mis hombres de confianza—Agregó confiado el señorito y tomándola de la mano la
condujo hacia los caballos.

Alejandra recobró la compostura, su rostro revivió al escucharlo hablar, en sus mejillas se encarnizaban la furia de los latidos de su corazón, otorgándole un rosa embellecedor, se ruborizaba rara
vez y estaba acostumbrándose a su presencia, se sentía más conflada y la invitación a conocer algo nuevo la atrapaba en su fuero interno.

—Sabe mucho sobre estos animales—dijo ella inquisitivamente.

—Aún no lo sé todo pero los conozco bastante.

—Cuando llegué a la hacienda de mi tío le dije que los corceles tienen ojos oscuros, indescifrables. como un pozo vacío donde nada se puede ver y nada se refleja, mi tío me respondió que debía
aprender a apreciarlos que ellos son criaturas especiales, ahora lo entiendo, son algo sublime, disfruto ver sus movimientos ligeros cuando galopan en libertad, cuando se dejan llevar por la mano del amo sin dudarlo.

—Luce apasionada—Argumentó él consternado pues Alejandra sentía lo mismo que él y la comprendía— son animales inteligentes y capaces de amistarse fácilmente.

—Como lo hace con ventisca—aseguró ella— Ventisca es la primera amiga que tuve, ahora tengo una mejor.

—¿Se puede saber quien es?

—Usted, y es mejor de lo que imaginaba.

Cabalgaban suavemente y Manuel Antonio acudió a sus remembranzas.

—Mi padre me hacía historias de corceles niseos, unas criaturas bellas, las más potentes que existieron se alimentaban expresamente de una hierba medicinal que solo se daban en un lugar llamado Media y florecían allí las plantas que también los nutrían: de todas las historias narradas por mi padre era esa la que más me gustaba y cuando me regaló a Ventisca imaginé que rea uno de esos corceles especiales y así resultó ser, porque ella alcanza la velocidad y destreza de cualquier caballo de raza.

Ambos se miraron de soslayo mientras cabalgaban, la atracción era evidente.

—No sé como pudo prestarme su corcel el día del accidente, si la ama usted de  sobremanera.

—Siente celos de un corcel, ¿qué no le ofrecería yo? Si le gustase Ventisca con gusto se la regalaría.

—Valla, me sorprende usted.

—Por este camino señorita— señaló él un atajo— hay ciertos parajes secretos que quiero mostrarle— continuó explicando.

—Me encantaría— dictó ella emocionada. La envolvía un aire de seguridad, un deseo incontrolable por disfrutarlo todo y un gusto exclusivo por aquel lugar que se le estaba revelando. Ninguna barrera detenía su ímpetu, ni humana ni divina.

Encontraron un camino bifurcado y Manuel Antonio gritó:

—Por aquí, hacia la izquierda—le farfulló a la bestia y Ventisca aligeraba la marcha, esperaban por Alejandra, y para acercársele restalló la fusta sobre el animal, su mirada mostraba denuedo, frescura y las ansias expandidas de él se acumulaban en su rostro lozano y fuerte.

Los corceles dóciles obedecían a la voz del amo, a su potencial innato. En el afán de llegar le comunicó a Alejandra que estaban cerca y con la imponderabilidad disminuida se mostró cordial, sujetó las riendas del pardo y la ayudó a bajarse, le mostró un estrecho camino entre enredaderas y caminaban uno al lado del otro algo cansados pero entusiasmados; él guardaba respeto hacia ella como si temiese una debilidad, pero no lograba opacar el brillo de sus ojos, que en medio del monte de plantas y árboles se reverdecían centellantes.

"Cuando la tierra tiembla" Where stories live. Discover now