Capítulo 15.

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La tarde comenzaba a perecer, los moradores de San José cerraban sus establecimientos comerciales, las familias degustaban sus cenas para encontrarse luego con el dios del sueño; Morfeo. En "La Prodigiosa" se asomó intrépida la Luna y radiante comenzó a imponerse en su más venerable metamorfosis : Luna llena, que alumbra a todos los senderos angostos, villas, campos, ricos y pobres, a todos llegaba su luz y su brisa refrescaba los aposentos, con un aire silbante que susurraba que apreciaran a la diosa de la noche.

El Sol vertía el fuego sobre la tierra, el calor sofocaba las bestias del campo, el placer que exhalaba el señorito Lombardo al galopar era supremo, por precipicios angostos, laderas encumbrosas, explorándolo todo a su paso, experimentando junto a su corcel el mismo deseo de continuar sin temor a
encontrarse con el aliento nefasto de la muerte, pero su inteligencia y habilidad no competían al placer de amar, comprender porqué lo negaba trascendía sus propias ansias, era mejor no saber, era mejor no sufrir; la razón no existe para el que ama, sucumbe ante lo lógico, el contacto de un alma austera con la sensualidad de un romance vívido de lejos, con acercamientos sutiles reverentes, la invasión de ese ser que lucha por apoderarse de su existencia, que intenta conguistar su mirada, pensamiento, anhelos, pero su psiquis no ha revelado que esa criatura desenfrenada se apodera de todo lo que se cae en esa trampa, desarmado se nutre de su alma para vivir.

Manuel Antonio emprendió un viaje de regreso hacia Valle Real, galopó suavemente, no sabría nunca renunciar a galopar, era una necesidad donde liberaba sus preocupaciones, el corcel era su amigo y le obedecía cual si fuera su propia voz y no su dueño, deseaba conversar con su primo Diego, necesitaba confesarle algunas cosas, al llegar le preguntó a un esclavo que podaba el jardín de la entrada:

—¿Dónde está el amo?

—¿El señorito pregunta por Don Manuel o por su hijo?— inquirió pesadamente el negro.

—Quiero saber si está el señorito Diego—respondió imponente Manuel Antonio, quien sin esperar se dirigió hacia la puerta mientras se volteaba y le decía al esclavo : —lleva el corcel a beber agua y descánsalo.

El jardinero obedeció pero alzando su voz continuó:

—Por quien usted pregunta es un amo de verdad pero su tío Don Manuel no respeta la tierra ni al hombre que la trabaja para él, ¡jah! pero su abuelo, niño, él siempre nos tendía una mano, cuidaba de todo, no pestañeaba con tal  e no separar sus ojos de estos sembrados, los cañaverales, se le hacía de noche entre los ingenios, los esclavos y los campos, llegaba a la casa y  descansaba, yo lo veía encender los velones y cuidar de su esposa, Doña Ceci, esa si nos odiaba.

El jardinero se alejó reproduciendo los años de vida de su antiguo dueño, pero Manuel Antonio aún en la puerta lo observaba mientras pensaba "algo anda mal" y decidió entrar. Encontró a su primo en el despacho, al reproducirle lo que el negro habló este le dijo que todo era cierto y le contó que su padre ya no trabaja, toda la carga de la hacienda y los negocios pesaban sobre él.

Esa tarde en La Prodigiosa balanceándose en los columplos del amplio portal conversan las hemanas Fontalbo:

—Aquí quedarán nuestros recuerdos más felices—dijo Inés Maria.

—Tenemos muchos recuerdos de nuestra niñez, pero esto es mejor—alegó entusiasmada Ana Celeste.

—A veces extraño a nuestro padre, es como si lo viera volver a nosotras y todo fuera como antes—un manto de tristeza las abrumó.

—No vamos a olvidarlo nunca, por muy bien que la estamos pasando, lo extrañaremos siempre, al igual que a nuestra madre, debe estar muriendo de nostalgia—continuó Inés María.

Alejandra estaba completamente anonadada, reviviendo el cariño que le había demostrado Manuel Antonio en Valle Alto, deseaba estar allá. En ese instante Flora las interrumpió, su tío queria hablarles:

—Es que he recibido noticias de Doña Luisa, aquí está la carta, ella quiere que ustedes regresen, yo no quisiera que se marcharan pero su madre está sola, yo le contestaré mañana, solo díganme la fecha en que partirán para hacerles una fiesta de despedida.

En Valle Alto los días eran difíciles para Manuel Antonio, notaba una actitud muy extraña en su tía, salía imperceptiblemente de la casa, algunas veces cambiaba sus vestidos hasta que una mañana dirigió sus pasos tras ella y descubrió algo que le era totalmente ajeno y desconocido, varias tiendas y
numerosas personas, su tía en medio de ellos conversaba con un hombre alto, así como él, solo que más robusto, ancho de hombros, con un pelo encaracolado que caía en la frente y tupía sus orejas,
centellaban sus ojos negros, fieros y distinguidos. El campamento se veía agitado, las muchachas en su mayoría morenas adornaban su pecho con largos collares y usaban aretes de cuencas, alqunas llegaban hasta el río y lavaban sus hermoseados cuerpos, veía numerosos caballos, perros, y otros
animales enjaulados. La mayoría de los hombres tenían el mismo aspecto: barbas y melenas bien cuidadas, abrillantadas con los mejores aceites que les donaba la naturaleza, en sus miradas resplandecían la sabiduría y la libertad.

En la vega otras mujeres vestían trajes limpios, colocaban flores silvestres detrás de sus orejas, una joven muy ágil con la pandereta hacía bailar a las demás al compás de su música, mostraban dientes blancos y parejos que destacaban su sonrisa a la vez que avivaban sus ardientes ojos que hipnotizan el alma de los hombres.

Manuel Antonio había descubierto un mundo desconocido. Sigilosamente, después de observarlo todo regresó a Valle Alto.

"Cuando la tierra tiembla" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora